La creatividad de las prácticas: singularidad y común

Jornadas ¿Qué comùn ?

04/11/2016
Jean-Christophe Weber

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La creatividad de las prácticas: singularidad y común

El término de creatividad apunta generalmente a la innovación técnica y científica, o al genio del artista. Nosotros la buscamos en las prácticas profesionales, en la “materia bruta de la experiencia”[1]. Si mis reflexiones se basan en la práctica de la medicina, me parece sin embargo que pueden extenderse a otras prácticas, las de los psis o de los educadores por ejemplo: en el arte de estos artesanos, encontramos la “micro-creatividad”, que alcanza su máxima expresión con el artista.  Digo “micro” para diferenciarla de la innovación grandiosa. Después de una presentación de esta noción, intentaré mostrar cómo se relaciona con las preguntas planteadas en estas jornadas de estudio  «¿Qué común?». Quiero mostrar también por qué la situación contemporánea puede ser un lugar difícil con una orden doble: debemos ser creativos, pero siguiendo los protocolos al mismo tiempo.

  1. La micro-creatividad especifica de una práctica profesional viene de una capacidad común a todos los seres humanos, de una creatividad “a bajo régimen”, “común, casi inevitable” [2], que Chomsky considera como “un acto humano normal que se encuentra en cualquier niño enfrentado a una situación nueva”[3]. Se expresa por ejemplo en la capacidad del lenguaje. Winnicott ve la creatividad como “el color de toda actitud frente a la realidad exterior”[4]. La tensión entre la realidad interna y la realidad externa empuja al niño a crear una zona de experiencia donde desarrolla su capacidad primaria a crear, imaginar, inventar y producir un objeto. Esta zona “seguirá existiendo a lo largo de la vida, bajo el modo de la experimentación interna que caracteriza los artes, la religión, la vida imaginaria y el trabajo científico creativo”[5]. “Entonces, la creatividad significa conservar toda su vida una cosa que, en realidad, forma parte de la experiencia de la primera infancia: la capacidad a crear un mundo”[6] . Los antropólogos y filósofos también consideraron que la creatividad formaba parte de las disposiciones históricas naturales del ser humano, capaz de modular sus formas de vida, de hacer excepciones a sus hábitos, de poner remedio a la ausencia de orientación en su ámbito elaborando un comportamiento nuevo o encontrando un chiste.

En esta base, que les propongo aceptar como hipótesis, aparece una creatividad propia a las artes y técnicas, que se desarrolla con el aprendizaje, el entrenamiento, la práctica asidua, es decir la experiencia. Experiencia no significa sin embargo una certidumbre, por lo contrario[7], porque la acción práctica involucra la noción de un riesgo que hay que asumir, porque el juicio sobre las acciones que se debe emprender queda precario. ¿Por qué? Lo que me interesa aquí no es realmente la falta de conocimiento sino el hecho de que él que actúa se enfrenta a una situación específica y contingente, que nunca se puede prever ni reproducir totalmente, y entonces que no da ninguna garantía a priori, ni sobre el resultado de la acción ni siquiera sobre la manera o la dirección que hay que seguir para llegar a su meta. Por eso, cada vez que una práctica supone otra cosa que un gesto programado y que se puede repetir en cada situación, es decir cada vez que se debe tomar en cuenta las particularidades del objeto (que queremos producir, transformar, examinar, curar) que tendrán una influencia en los gestos ejecutados, habrá de hecho una acción (motivación, intención) y no sólo el reflejo de una automación. Entonces, el ser humano que empieza una acción y se sumerge en ella, que da de sí mismo, puede tener miedo, faltar confianza, o valorizar su coraje y su sabiduría práctica. Aunque tenga tiempo para reflexionar y elegir cuidadosamente el mejor método para llegar a su fin, nunca domina todas las fuerzas presentes y no puede totalmente prever el resultado. La precisión de las instrucciones y de las prescripciones, incluso si se cumplen estrictamente, no basta para la praxis, que involucra subjetividades, cuerpos movilizados por una inteligencia práctica inventiva, que también usa los trucos y ardides de la mètis para superar la realidad del trabajo, es decir lo que le resiste[8]. Más táctico que estratega[9], utiliza todos los métodos posibles y así demuestra su compromiso singular[10] que va más allá de una “mano izquierda para resolver los problemas” o de una “mera capacidad de adaptación”[11].  En la práctica médica, y mi hipótesis es que va igual con los psis y los educadores, la creatividad es útil, benéfica e incluso imprescindible en todas partes.

 

  1. Creatividad y común

Ahora, basándome en lo que acabo de decir, voy a formular tres proposiciones en relación con las preguntas que plantea esta noción tan rica pero al mismo tiempo tan ambigua como lo es lo común.

A/ La primera proposición parece evidente: las situaciones a las cuales ustedes como nosotros nos enfrentamos les/nos ponen a menudo en esta zona donde el conforte de los conocimientos teóricos y de las rutinas no nos ofrecen toda la capacidad necesaria para actuar. A pesar de todas las ciencias que alimentan la medicina, existe un hiato irreducible entre la suma de los conocimientos y el arte práctico de atender y de curar: el poder teórico de la medicina no se puede transformar de repente en un poder práctico. El poder práctico se debe inventar. Como lo escribía Kant en su tercera Critica[12], el arte es necesario cada vez que el más perfecto conocimiento no basta para dar el saber-hacer y la habilidad necesarios. Una micro-creatividad se emplea en las situaciones más críticas, críticas en el sentido de que las prescripciones habituales del trabajo médico, psicológico o educativo y las rutinas usadas se convierten en « una prenda demasiado amplia o estrecha »[13]: la prenda es demasiado amplia cuando ninguna norma conocida permite guiar la acción que se debe emprender ; la prenda es demasiado estrecha cuando las normas son contradictorias entre si-mismas o cuando la aplicación estricta de una norma o de un esquema convencional llevaría obviamente al fracaso[14]. Para Aristóteles, la cualidad necesaria en tales casos es la phronèsis o sabiduría práctica, esta capacidad a evaluar lo que es oportuno hacer en tal circunstancia, y más específicamente, en situaciones concretas en las que el caso particular lleva una parte de indeterminación[15]: porque la regla de lo indeterminado (el caso particular que no se puede vincular con una regla general) también es indeterminada (1137 b 29). La phronèsis conviene a las situaciones prácticas, porque permite enunciar un decreto adaptado a los casos en los que “es imposible crear una ley (nomos)”. El decreto, pséphisma, es como una regla flexible que sigue los contornos del objeto (Aristote EN, 1137b 30-32), la norma nueva creada de manera inesperada pero que se adapta al caso, y que entonces es oportuna, a la vez por la incertidumbre y la velocidad de reacción, que necesita más perspicacidad (el kairos de los griegos) en el buen momento que coraje. Entonces, no se trata de aplicar una norma que ya existía antes del caso a un caso que corresponde a esta regla, sino de crear un decreto temporario que es la aplicación justa de la regla en este caso[16].

Entonces, para resumir esta primera proposición, diría que cada situación practica (que sea médica, educativa, o psicológica) lleva directamente al profesional en el corazón de esta creatividad que es la expresión de la sabiduría práctica, mientras que intenta y tiende a quedarse en esta zona confortable en la que puede actuar de manera semiautomática porque las rutinas comunes son operantes. Aquí, el punto común con el trabajo aprendido es la extrema singularidad de la práctica. Casi es una evidencia decirlo, pero debemos sacar todas las consecuencias de ello cuando las instituciones imponen protocolos rígidos a sus trabajadores para reducir la vulnerabilidad inherente a cada práctica.

B / La segunda cosa que quiero proponer tiene precisamente que ver con las restricciones de la práctica de rutina, que hoy se pueden aparentar a lo común del trabajo, y que parece oponerse a la creatividad.

Podemos entender que las cristalizaciones rutinarias, los hábitos integrados hasta crear un habitus, representen una “solución” más económica para reducir la tensión de la incertidumbre que la acción novedosa, que arreglará o contornará el problema con vías laterales inéditas. La creatividad es un riesgo que se debe tomar. Los caminos recorridos son senderos. La creatividad no es automática, ni tampoco continúa. Y se desplegará con aun más facilidad que mucho de lo que se debe hacer no necesita cualquier esfuerzo, sino que viene con fluidez a partir de las maneras habituales de hacer que cambiaron con la experiencia pasada. Por cierto, cuando se esclerosan, pueden ser un freno a la creatividad. Pero hoy en día, no son los hábitos integrados, estas culturas creadas por la acción colectiva que plantean un problema.  En contrario, en nombre del rendimiento y de la productividad, son  denigrados y desmantelados para que cada profesional se vuelva intercambiable y adaptable. Por un lado, parece que privilegiamos la creatividad que se opone a la incertidumbre y a la novedad, pero en realidad, impedimos la creación de una experiencia integrada que da lugar a lo inédito. Entonces se debe enmarcar las prácticas que nunca fueron estabilizadas, que se fragilizaron con la destrucción de la acción común, con el uso intensivo de normas que aumentan la seguridad. Recomendaciones de agencias, opiniones de expertos, difusión de protocolos, control permanente de la actividad: esta tecnología al servicio de la estandarización, de la seguridad y de la calidad mínima, impide por un lado la creación de una experiencia, porque en zonas de incertidumbre sustituye la deliberación por un comportamiento definido con antelación, y por otro lado, siendo objetivos, se hace cada vez más necesaria porque los profesionales sin experiencia están desorientados. En realidad, los algoritmos de decisión que enuncian la regla general no dicen al agente como debe actuar, pero dan sin embargo la ilusión de que lo que se debe hacer está asegurado. La racionalidad de gestión mata la creatividad al provecho de comportamientos pasivos, de acciones mecánicas. Subordinado, el profesional se vuelve en el mero ejecutante de un script escrito con antelación, y ya no tiene que usar su habilidad, sus talentos, ni siquiera su iniciativa.

Consecuencia inmediata: ya no se atiende al particular, sino al caso general cualquiera, él que no falta en su sitio cuando está ausente. Para tratar lo particular, la norma puede quedar general. En vez de fiarse de la sabiduría practica (porque no ofrece bastante garantías, y las ofrecerá cada vez menos si impedimos la creación de experiencia), entonces vamos a multiplicar las normas, entrar en el detalle de los procedimientos, añadir reglas en cada etapa de la acción que serán tantas líneas continuas que no se debe pasar.

Si la precariedad material fragiliza la creatividad en la vida normal, que necesita condiciones básicas para desarrollarse[17], la micro-creatividad de los profesionales necesita también un ámbito favorable para expresarse. Para existir, necesita libertad, como lo sugiere  Hannah Arendt en su comentario de Kant: “El hombre, en cada una de sus acciones, establece la ley, es el legislador. Pero uno sólo puede crear leyes si está libre”[18]. Esta libertad de creación, ninguna institución la acepta más.

En el Político, Platón critica la democracia de Atenas que “lucha contra la verdadera competencia”[19] y apunta al riesgo que conlleva la represión de la creatividad en la acción. Si la colectividad crea una ley prohibiendo cualquier zetein (búsqueda, deseo, curiosidad, investigación creativa) fuera de las normas escritas con antelación:

“Esta claro que asistiríamos a la desaparición total de todas las artes (technê)  sin esperanza de vuelta, […] y la vida, ya tan dura, se haría entonces totalmente insoportable” (299e).

C/ Mi tercera y última proposición tiene que ver con la meta que se quiere alcanzar y los medios usados para alcanzarla. Podríamos considerar, en primera hipótesis, que la meta de la acción médica es de volver su salud al individuo, es decir su capacidad a ser normativo[20], o sea que pueda volver a la vida común del hombre normal. Sin embargo, algunos resisten, y parecen atados a una existencia de enfermedad, dolorosa y difícil, una individuación patológica, pero que ofrece el socorro de una identidad sólida. Estar enfermo puede ofrecer una compensación, que es la pertenencia a una especie de comunidad substancial que puede contener la ansiedad provocada por la exposición a la indeterminación del mundo, creando canales de uso, costumbres, hábitos consolidados, como tantas protecciones[21], códigos para enfrentarse a la contingencia y a lo imprevisto. De hecho, el médico también tiene dispositivos a su alcance que consolidan aún más esta identidad, esta etiqueta, que pega muy bien a la piel y que es muy difícil despegar. La tutela positiva,  las cohortes creadas con una repetición de evaluaciones, las asociaciones de enfermos, muchas acciones cuya meta anunciada es de mejorar la vida cotidiana y atenuar los síntomas llevan a la consolidación de una existencia fuera de lo común. La enfermedad se convierte en un elemento de la identidad fija de la persona, de lo cual es imposible deshacerse, y que sirve de defensa: usted no puede entender porque no tiene…asma, epilepsia, diabetes, esquizofrenia, etc.

Entonces la creatividad necesaria consiste en encontrar una vía, una dirección hacia la cura. ¿Por qué no pensar lo común como una base de principio, en la que las singularidades, las formas de vivir (en la enfermedad o no) se individúan, en vez de como la meta de una salud (mínima) recuperada?[22]

La idea es que para dirigirse hacia la cura, hay que deshacerse de la identidad de enfermo para volver, debajo, a la tierra de lo pre-individuo en el que pueden añadirse nuevas modalidades de individuación, de singularización. Concretamente, pasa por ejemplo por la vuelta a la posibilidad genérica de decir, que se olvidó detrás de los dichos determinados, de los escenarios rígidos, de los scripts escritos antes de la existencia de enfermedad. Tengo fibromialgia, la enfermedad de Lyme, un cansancio crónico, soy “celiaco”, y por eso no me puedo conectar con la posibilidad indeterminada de decir que nunca se resume a tal u otro lenguaje construido por el discursivo repetitivo de la identidad de enfermedad, una mezcla de conocimientos médicos y reivindicaciones profanas.

El proceso[23] de individuación acontece cuando el niño se da cuenta de que su acto de palabra no sólo depende de la lengua determinada que fue para él como un saco amniótico. No sólo soy la lengua determinada por la enfermedad y que me aísla de los demás, o mi lenguaje callejero que me diferencia de los que hablan una “lengua culta”. Volver a un común más profundo, por ejemplo los lugares comunes del pensamiento (Aristóteles), las formas pre-individuales de actuar juntos, significa el arrancamiento de un proceso de de-subjetivación que permite volver a vías de individuación inéditas para crear singularidad, en alternativa a los estancamientos en los cuales ciertos enfermos, o ciertos jóvenes, están bloqueados. Me parece que es una vía más interesante que la que intenta multiplicar las restricciones y los aparatos para corregir las individuaciones apuntaladas como patológicas porque no son asimilables. Esta individuación nueva permite entonces la búsqueda de esta creatividad de la infancia que crea un mundo.  La creatividad se basa en lo común para crear singularidades.  Para el médico, significa por ejemplo abandonar el vocabulario técnico especializado para hablar de lo que no va bien, significa usar la charla y la curiosidad. Su creatividad técnica también se basa en la creatividad de la infancia que crea un mundo. Volver a enraizarse en lo común pre-individual, condición que permite la experiencia del médico y la del enfermo, para que éste pueda imaginar otra individuación posible que la de un ser enfermo.

 

[1] Dewey John, L’art comme expérience, Paris, Gallimard, « Folio essais », 2010, p 31.

[2] Virno Paolo, Quando il verbo si fa carne – Linguaggio e natura umana, Torino, Bollati Boringhieri, 2003, p.185.

[3] Virno Paolo, Motto di spirito e azione innovative -Per una logica del cambiamento, Torino, Bollati Boringhieri, 2005, p.7.  Il reprend probablement l’expression à Chomsky. Pour ce dernier, la créativité à bas régime est un “acte humain normal”, dont “fait preuve n’importe quel enfant aux prises avec une situation nouvelle” 1974 De la nature humaine. Justice contre pouvoir ; discussion avec N. Chomsky et F Elders, Eindhoven, novembre 1971,  in M. Foucault, Dits et écrits II, Paris, Gallimard, 1994, pp. 471-512.

[4] Winnicott Donald W., Jeu et réalité, Paris, Gallimard, « Folio essais », 1975, p.127.

[5] Winnicott Donald W., Jeu et réalité, « op.cit », p.49

[6] Winnicott Donald W., « Vivre créativement », in Winnicott Donald, Conversations ordinaires, Paris, Gallimard, « Folio essais », 1988, p.55.

[7] John Dewey a observé que l’activité pratique est foncièrement accompagnée d’incertitude. Dewey John, La quête de certitude – Une étude de la relation entre connaissance et action, Paris, Gallimard, 2014, p.26.

[8] Detienne Marcel, Vernant Jean-Pierre, Les ruses de l’intelligence – La mètis des Grecs, Paris, Flammarion, « Champs essais », 2009.

[9] De Certeau Michel, L’invention du quotidien -Volume I, Les arts de faire, Paris, Gallimard, « Folio Essais », 2002, p. XLVI sqq.

[10] Sennett Richard, Ce que sait la main – La culture de l’artisanat, Paris, Albin Michel, 2010, p.32.

[11] Joas Hans, La créativité de l’agir, « op.cit. », p.139.

[12] Kant Immanuel, Critique de la faculté de juger, Paris, GF Flammarion, 1995, §43.

[13] Virno Paolo, Motto di spirito …, « op.cit », p.9.

[14] On peut entrevoir que ce sont des cas particuliers de l’écart (permanent) entre les règles qui prescrivent des actions et les actions empiriques accomplies pourtant « dans les règles » [WITTGENSTEIN Ludwig, Recherches philosophiques, Paris, Gallimard, 2004, en particulier § 84 ; VIRNO Paolo, Et ainsi de suite …, « op.cit » ; VIRNO Paolo, Motto di spirito…, « op.cit ».]. Cet écart permanent relève aussi de la créativité « de bas régime ». Réservons, pour plus de précision, le terme de (micro)créativité à des situations où cet écart devient critique. Selon Virno, la créativité humaine ne s’installe pas au-dessus des normes ou en-dehors d’elles, mais elle est subnormative, elle « se manifeste uniquement dans les sentiers latéraux et impropres qu’il nous arrive de frayer au moment où nous nous efforçons de respecter une norme déterminée »[ VIRNO Paolo, Motto di spirito…, « op.cit », p.11].

[15] Aristote, Ethique à Nicomaque, Paris, GF-Flammarion, 2004.

[16] cf la règle souple chez Aristote.

[17] Le Blanc Guillaume, Vies ordinaires, vies précaires, Paris, Seuil, 2007.

[18] Arendt Hannah, Juger, Sur la philosophie politique de Kant, Paris, Seuil, « Points », 1991, p.81.

[19] Joly Robert, « Platon et la médecine », Bulletin de l’Association Guillaume Budé : Lettres d’humanité, n°4, 1961, p.435-451.

[20] Cf G Canguilhem, Le normal et le pathologique.

[21] cf Paolo Virno, Grammaire de la multitude

[23] Virno : « les phases de développement de l’être vivant singulier consistent dans le passage du langage comme expérience publique ou inter-psychique au langage comme expérience singularisante

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