¿Cómo vivir o sobrevivir cuando se ha tenido la experiencia de una catástrofe de lo que funda lo “humano”, catástrofes que generan modos de vida que son más exactamente modos de sobrevida (vagabundeo, fugas, droga, robo…)?
“Algunas personas se encontraron en su historia con una catástrofe de lo que funda lo humano (incesto, asesinato, tortura, deportación…). Debieron vivir el colapso de las leyes fundamentales que ordenan las relaciones entre los hombres y garantizan las bases del lenguaje. Este colapso ha implicado una ruptura en la transmisión y la imposibilidad de inscribir lo que se encuentra desde allí condenado a errar”[1]
Nosotros deambulamos en lugares marginales, en espacios indexados por el prefijo “in” en su valor de negación, que marca la ausencia, lo contrario: inimaginable, inconcebible, indescriptible, innombrable, indecible.
La negatividad que presentan los inocentes está ahí, primera, y nos atrapa. Y conviene renunciar a nuestros reparos habituales para avanzar hacia ellos y dejarse enseñar: que ellos nos enseñen de qué lugares vienen, dónde vagabundean … Esto puede ser quizás definido como la posición analítica “por excelencia”; pero aquí las cosas están empujadas al extremo.
“¿Se puede evitar desde entonces proyectar perspectivas familiares, hábitos de pensamiento, prejuicios intelectuales sobre el horizonte enigmático que se le presenta a él (al psicoanalista)? Este es, de hecho, el cuidado prevalente que debe tenerse, pero es necesario para eso soportar la inseguridad de la búsqueda en tierra desconocida, mantenerse en el punto de una ignorancia jamás desalentada, y mantener además todo lo que el encuentro con un psicótico reclama de compromiso personal”[2].
Podemos transponer estas reflexiones para pensar algunas cuestiones clínicas encontradas con los “inocentes”, estos jóvenes que nos ocupan y preocupan.
Algunas líneas más adelante Perrier subraya: “nuestro cuidado será sobre todo no explicar demasiado rápido lo que no puede ser dado a la comprensión”. A propósito de “la intuición clínica”, que ordena comprender, Jean Allouch escribe: “sólo el paréntesis comprende, y quien pretende comprender pone lo que molesta entre paréntesis, se mantiene así en el bienestar de la evidencia”.
Esto es en efecto un punto delicado: la precipitación a querer comprender, ¡tanto más cuando no se comprende nada! “¿Qué nos quiere decir este joven? ¿Qué muestra o manifiesta por su actitud? ¿Qué hay detrás de esta crisis que no se comprende?” Como si hubiese siempre algo a buscar detrás, como si se tratara de un jeroglífico a descifrar. Ahora bien, continúa Perrier, formular las cosas así:
…“supone el reconocimiento por el enfermo de nosotros mismos como interlocutores, incluso como traductores de una palabra cargada de sentido. Desconocer esta hipótesis sería eludir que en el origen nosotros no somos quizás nadie para el loco y que entonces lo que él nos dice no nos está destinado, y no tiene por qué inducir en nosotros una respuesta que no se espera ni se supone posible. A la inversa, partir de esta hipótesis (no ser nadie)…es no fundar unilateralmente una relación, para nosotros interpersonal, mientras que no se sabe cómo es vivida por el otro. Es dejar la oreja abierta a todo lo desconocido que puede ser descubierto y a lo fundamentalmente propio al psicótico, propio al léxico esquizofrénico”.
¿Es que contamos para los jóvenes? Podemos aceptar que a menudo no contamos para ellos y que a veces será necesario mucho tiempo y mucha transferencia de nuestro lado para constituirnos en interlocutores para ellos o aun en sujeto supuesto saber que permita hablar de otra manera.
Vivir o sobrevivir entonces, cuando se ha sido “masacrado”, maltratado, “trapeado”, tanto física como verbalmente. Ciertas personas que han vivido este género de situaciones acceden a una elaboración por formaciones histéricas, abriendo la posibilidad de un trabajo analítico. Pero no es el caso de todos. La invención freudiana ha dejado aislado y en suspenso el tratamiento de las realidades materiales que no han sido integradas a realidades psíquicas.[3]
Esta distinción entre “realidad material” y “realidad psíquica” plantea preguntas que será necesario retomar: una no va sin la otra. Sin embargo esa distinción funda numerosas organizaciones institucionales al menos en Francia: para los educadores, la vida cotidiana, material; para los psicólogos, la vida psíquica, la escucha, la elaboración…
Nosotros nos interesamos aquí en aquellos que están expuestos a una situación in-subjetivable, aquellos para quienes la práctica del decir no funciona o no funciona bien. Cuando el real ha hecho irrupción, o cuando, para retomar los términos de Françoise Davoine y Gaudillière, hay “catástrofe del lazo social” o “catástrofe del simbólico”[4]. Cf el real.
Es necesario ir a pasear (se balader) por el lado de la clínica del trauma para pensar un cierto número de asuntos y aproximarse a esas zonas “in”. Intentar pensar lo impensable, decir algo alrededor de lo indecible, y crear espacios, en los confines del horror, al borde de la nada (cf. Agamben).
“Nosotros no nos encontramos con la represión, con el olvido. El lenguaje naufragó, la práctica habitual del imaginario desapareció en la catástrofe, y es entonces en el cuerpo que vuelve para tener un domicilio y un lugar para inscribirse”. Christine Loisel.
En el manuscrito K adjunto a la Carta 85 del 1° de enero de 1896, dirigido a Fliess, y que lleva el título “Las neurosis de defensa”[5], Freud da la explicación clínica de la histeria. El texto concierne al mecanismo de formación del síntoma a partir de “afectos psíquicos normales” que, por no haber podido llegar a una liquidación, conducen a un “daño permanente del yo”.
En “La herencia y la etiología de las neurosis” artículo también de 1896, Freud escribe:
“La causa específica de la histeria es un recuerdo que se relaciona con la vida sexual, pero que ofrece dos características de primera importancia. El suceso del cual el sujeto guardó el recuerdo inconsciente es una experiencia precoz de relaciones sexuales con irritación verdadera de las partes genitales, seguida de abusos sexuales practicado por otra persona y el período de la vida que encierra este suceso funesto es la primera juventud”.
La invención del psicoanálisis puede entonces leerse como el reconocimiento de los abusos sexuales sobre los niños y la elaboración de los mecanismos desarrollados para sobrevivir a ese traumatismo.
No obstante se introduce de entrada una discordancia entre el acontecimiento y sus efectos. “…No son las experiencias vividas ellas mismas las que actúan traumáticamente sino su revivificación como recuerdo, después de que el adulto ha entrado en la madurez sexual”. Es en tanto recuerdo que las representaciones sexuales tienen como efecto desligar. Freud introduce allí la idea de una acción no directa sino posterior de un traumatismo sexual, la idea del après coup.
Bastante rápido Freud cuestiona su teoría de la seducción traumática e introduce el fantasma en la formación del síntoma. En un primer tiempo, la introducción de las fantasías no invalida la teoría traumática: al lado de las escenas que son recuerdos del hecho real, hay fantasías. Las fantasías tienen aquí para Freud dos funciones. 1) Una función de protección: ubicadas delante de las escenas como pantalla, ellas evitan al sujeto la confrontación directa con lo intolerable. Son arreglos, disfraces, embellecimiento de los hechos y sirven al mismo tiempo para la auto descarga. 2) Una función de interpretación que consiste en crear una historia bajo la acción de la necesidad de comprender y de dar sentido. Realidad material y realidad psíquica marchan todavía a la par.
Pero, en la Carta 139, del 21 de setiembre de 1897, Freud se decide a:
“confiar el gran secreto que en el curso de los últimos meses lentamente se volvió claro para mi. No creo más en mi neurótica”.
Uno de los puntos decisivos de esta renuncia es “la constatación cierta de que no hay signo de realidad en el inconsciente, de suerte que no se puede diferenciar la verdad y la ficción investida de afecto”.
Entonces es esta ficción la que toma lugar de verdad inconsciente; “la solución que quedaba es que la fantasía sexual se relaciona regularmente con el tema de los padres”; una formulación que indica los futuros desarrollos del fantasma como edípico.
Incluso si la realidad material no es denegada, Freud no sostiene más el hecho de que haya un lazo de causalidad entre ella y la realidad psíquica.
Una de las cuestiones particularmente importantes sin embargo y que da lugar a respuestas o a prácticas muy variadas es la de saber si sí o no, o hasta dónde, debemos preocuparnos por distinguir entre fantasma y realidad material.
En su artículo “Pegan a un niño”, Freud se interesa en el fantasma “ser golpeado por el padre” ¿Hasta dónde un texto tal nos ayuda a escuchar a un niño que ha sido realmente golpeado? ¿Qué adviene cuando el fantasma se vuelve realidad o cuál es el lugar del fantasma cuando un niño es “realmente” golpeado, maltratado?
Separar la parte del fantasma y de la realidad es a menudo difícil, incluso imposible. ¿Qué recepción dar al daño que el otro ha sufrido?
Para Paul Laurent Assoun cuando se refiere a la obra de Goethe, Los años de aprendizaje de WilheimMeister, lejos de negar la realidad del trauma, ni de dar inmediatamente crédito al testimonio, el gesto originario de Freud consiste en comprometer al paciente a “atravesar la línea de posición subjetiva del trauma para desprender su más allá, o sea el espacio de la verdadera pregunta: qué vas a hacer tú con eso que te hicieron?”… para no estar más reducido a ese rol de “pobre niño” en el cual, te pusieron y te identificaste? Gesto decisivo por el cual el creador del psicoanálisis acepta dejarse cuestionar por este perjuicio del sujeto, pidiéndole al mismo tiempo que de cuenta de su propia postura”.
Pero al dejar demasiado rápido las cosas del lado del fantasma, o al formular demasiado rápido la pregunta: “¿y tú, qué vas a hacer tú con lo que “se” te ha hecho?” se corre el riesgo de redoblar algo del lado de la violencia misma del trauma, a saber, la extrema soledad, el abandono emocional y el silencio, que a menudo son la única respuesta a las interrogaciones formuladas o mudas del niño.
Ferenczi ha formulado la pregunta de saber si era o no necesario aplicar una técnica diferente. Él sintió que en los casos de abuso sexual o físicos importantes las intervenciones analíticas debían ser resueltamente diferentes de la técnica estándar de su época. De entrada y ante todo, el analista debía estar auténticamente dispuesto a recibir y a creer en la veracidad del relato del paciente. No podía refugiarse en un “esto puede ser verdad, pero puede ser quizás un fantasma”, sin “retraumatizar” al paciente, cuyo sentido de la realidad ha sido ya profundamente maltratado por el hecho de un padre supuesto amante y protector, pero de hecho violento y agresivo con el niño. Para F. Davoine, “la interpretación referida al fantasma o a fragilidades psíquicas no es pertinente; no se trata por lo tanto de suplir al síntoma nutriéndolo de información”. M. Berger habla de la necesidad de ser “testigo implicado”[6].
La cuestión del traumatismo se complica hoy por el nuevo estatuto político social que se le confiere. Esta noción de traumatismo reelaborada primeramente a partir de los heridos de guerra (14-18) y de los accidentes ferroviarios, ha tenido una profunda evolución: a la sospecha (cuál es la autenticidad de sus sufrimientos, no buscan ellos solamente los beneficios secundarios) sucede una era de rehabilitación, y con ella la emergencia de una nueva subjetividad política: la de la víctima. Vivimos la época del “imperio del traumatismo” para retomar el título del libro de Didier Fassin y Richard Rechtmann[7].
Hoy la noción de traumatismo se impone como un lugar común en el mundo contemporáneo, dicho de otra manera, como una verdad compartida. Sucede un accidente y, necesariamente, hay traumatismo, y por tanto sufrimiento, sea lo que sea que digan las personas -por definición víctimas. Nadie más se sorprende de la presencia masiva de psicólogos o psiquiatras en las escenas de la desgracia. Los servicios de urgencia psicológicos se precipitan frente a los “heridos psíquicos” (cf. J. Gaillard: “los psicólogos están en el lugar”).
Hoy la víctima es reconocida, el traumatismo reivindicado. Está traumatizada toda persona que ha vivido tal tipo de suceso decretado como grave, cualquiera sea la manera en la cual lo vive. Por definición el incesto es traumatizante; por definición no puede más que ir mal cuando…la pregunta no se formula más. ¡Víctima obligada! ¿Se puede aún no serlo?
Fassin señala que paradojalmente, cuando se trata de poner la atención sobre las víctimas, “el traumatismo” formulado como tal, oblitera las experiencias. Opera como una pantalla entre el suceso y su contexto, por una parte, y entre el sujeto y el sentido que éste le da a la situación, por otra. Es necesario meterse en la piel de una víctima (definida socialmente) para ser reconocido. La víctima está ahí pero el sujeto pasa de largo.
Otra paradoja, la atención a las llamadas víctimas se hace a menudo en tiempos totalmente inadaptados al tiempo psíquico. Inmediatez; incitación a hablar, a expresarse, para evitar que las cosas se fijen y sobre todo es necesario que bastante rápido, incluso muy rápido, ¡eso vaya mejor! (cf duelo también). Se llega a ese extremo ya evocado: hacer hablar para hacer callar rápidamente. O hacer callar antes de que algo haya podido decirse.
“¡Hable!”
Por otro lado, la reparación viene pegada a la cuestión del traumatismo.
Traumatismo=daño=culpable=condena=reparación. La justicia debe pasar por ahí, es necesario obtener la reparación (para poder estar mejor psíquicamente además. cf duelo). Y en seguida todo el mundo se queda tranquilo.
Para Fassin Y Rechtmann: “si la experiencia subjetiva de las víctimas permanece opaca para nosotros, el reconocimiento que se les otorga públicamente bajo el título de traumatismo nos da la clave de una antropología del sujeto”. El traumatismo es el indicador de las transformaciones de sensibilidades colectivas, e indica una nueva relación con lo trágico y eso que está en juego en la interpretación del mundo y en sus desórdenes (riesgo cero; nada debe pasar). Para F. Davoine, citando a B. Shephard: “las cadenas de televisión han visto rápidamente el potencial del “trauma”…el “trauma” se ha vuelto uno de los ingredientes base de la tele-realidad cotidiana, la forma menos cara de distracción…los programas de debriefing parecen ir más bien en el sentido de la necesidad colectiva que tiene la sociedad de verse ayudando a las víctimas, que tomar las necesidades clínicas de los pacientes mismos…”
En un contexto de ethos compasivo, la reparación sirve para preservar la ilusión de unidad colectiva; consuela al conjunto de la sociedad.
Ahora bien, como nos decía R. Léthier en la primera sesión, los habitados por la ruptura cuidan la ruptura, no quieren la reparación que se les propone y conducen todo al fracaso. ¡Víctimas indisciplinadas, obstinadas!
- Léthier decía: “la reparación es el error político que ha conducido a los servicios sociales a proponer soluciones de reemplazo a la ruptura con el medio familiar y escolar. Esas soluciones de reemplazo están calcadas sobre el modelo del medio que no contuvo a sus miembros. Los hogares y las familias de acogida son modelos conformes con los lugares que han sido desacreditados por la ruptura: la familia y la escuela. Estas soluciones reparadoras borran, niegan la ruptura. Respetar la ruptura es una práctica de lo inhabitable. Practicar lo inhabitable es un ejercicio oligatoriamente colectivo, pues practicar lo inhabitable en soledad es mortal. Ese nuevo colectivo habilitado a ocupar lo inhabitable está cerca de lo que Geroge Bataille llamó la comunidad negativa: la comunidad de los que no tienen comunidad. Practicar lo inhabitable consiste en desarrollar un caldo de cultivo en la comunidad negativa. la creación de un pantano nauseabundo y al mismo tiempo extrañamente acogedor en el cual los gérmenes pueden comenzar a desarrollarse”.
La victimología intenta a todo precio reintegrar un cuerpo dañado en una dialéctica de reparación física, psíquica, económica, a partir del horror que provoca el abordaje de un cuerpo no inscripto.
Como si la reparación, a menudo pensada como compensación, sustitución, dejara de lado la pregunta por la pérdida seca, tal como J. Allouch desarrolló en su libro: “Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca”.
Lecciones del frente, para retomar un término de F. Davoine.
En esta parte se tratará del cuerpo: A la escucha del cuerpo, al ras del cuerpo.
En un artículo titulado: « De quoi suis-je fait ? » (2005) Jean Allouch escribe:
“¿De qué estoy hecho? Las respuestas no han faltado, desde la noche de los tiempos, comenzando por ésta: de un barro, divinamente modelado…pero una respuesta domina los espíritus hoy, al menos en Occidente: estoy hecho de dos sustancias, una extensa, la otra pensante. Dicho de otra manera, de cuerpo y alma. Sí, puede ser que el alma ya no tenga buena prensa. No es grave, llamemos a eso psiquismo, la vuelta será jugada otra vez, y el dualismo salvado. Qué es entonces, cuál es esta fuerza que parece volver al dualismo tan insumergible: basta ver el actual éxito de todo lo que es “psi”, al punto de que haga falta reglamentarlo”.
Pero en ocasión de una conferencia del 8 de julio de 1953 Lacan pone fin discretamente al dualismo cartesiano, dando vida a su ternario: imaginario, real y simbólico: “no soy más cuerpo y alma (psiquismo), estoy hecho de imágenes, de palabras y de irreductibles tropiezos”.
En un artículo sobre el cuerpo, Luis de la Robertie[8] vuelve a trazar el lugar del cuerpo en Lacan. “El desencriptamiento y el desciframiento de los síntomas histéricos, el carácter traumático de la sexualidad, llevaron a Freud a formular el inconsciente. Ciertamente lo que es del orden del inconsciente no es del orden del cuerpo, sin embargo parece que el inconsciente no es sin relación con el cuerpo. No resulta por esto que el problema del cuerpo deje de ser una cuestión difícil…En el medio analítico el cuerpo no tiene buena prensa. Hace veinte años interesarse en el cuerpo era el signo de que sin duda no se era analista…Hoy, si bien no se dice más eso, nos interesamos sin embargo en otra cosa…pero nosotros podemos no obstante reconocer que tal grupo por ejemplo se interesa en la psicosomática…Sin embargo (prosigue el autor, que parece haber sido alumno de Lacan) no podemos más que decir que no se reconoce al cuerpo el lugar que la ha dado Lacan”. E identifica en la obra de Lacan las ocurrencias en las que él habla del cuerpo y la evolución del lugar que le da. Si bien Lacan no ha hecho una teoría del cuerpo, su trabajo no se desarrolla sin el cuerpo. Retomo algunos puntos. En “Subversión del Sujeto…” encontramos: “el psicoanálisis implica por supuesto lo real del cuerpo y lo imaginario de su esquema mental”.
Seminario I de los Escritos Técnicos de Freud:
“El descubrimiento freudiano nos lleva a escuchar en el discurso esa palabra que se manifiesta a través o a pesar del sujeto. Esta palabra nos la dice no solamente por el verbo sino también por todo otro conjunto de manifestaciones. Con su cuerpo mismo el sujeto emite una palabra que es como tal también palabra de verdad, una palabra que él no sabe incluso que emite como significante. Es que dice siempre más de lo que sabe que dice”.
Muy esquemáticamente en un primer período, a partir de la relación del hombre con su cuerpo a partir de la imagen especular, la imagen del cuerpo viene de cierta manera a dominar todo. Su importancia viene de que “es la imagen del cuerpo la que da al sujeto la primera forma que le permite situar lo que es del yo y lo que no lo es (hombre y no caballo)”.
En su conferencia sobre el RSI en julio de 1953 y luego en el discurso de Roma “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, formula claramente el lazo entre palabra, lenguaje y cuerpo.
“El lenguaje no es inmaterial. Es cuerpo sutil, pero es cuerpo. Las palabras están tomadas en todas las imágenes corporales que captan al sujeto; pueden embarazar a la histérica, identificarse al objeto del penis-neid…”.
El lenguaje es cuerpo y además da cuerpo:
“el cuerpo del simbólico, cuerpo incorporal que incorporándose les da un cuerpo.” (1970)[9]
Es por ser dicho que se constituye un cuerpo. A partir del 64 Lacan deja de lado la primacía del significante: la palabra no puede ser por sí sola fundamento. Y sitúa el lugar del Otro en el cuerpo.
En 1975 en su seminario RSI da al cuerpo tres dimensiones: nos lleva a ubicar al cuerpo en el anudamiento del simbólico, el imaginario y el real. Esto nos introduce al nudo borromeo del cual Roland nos hablará la próxima vez, y que fabricaremos y trituraremos juntos para ver, cuando eso no se sostiene, cómo se puede hacer obra, no de reparación, sino de “restauración”.
Vemos bien ahí cómo Lacan salió de la problemática cuerpo-alma instaurando el cuerpo en el lenguaje: el cuerpo está tomado en la tríada cuerpo-lenguaje-deseo.
Entonces, no hay psicoanálisis sin cuerpo.
Algunas notas a grosso modo y breves cuestiones “sociológicas”:
Video sobre la danza (¡si lo tenemos!).
El lugar del cuerpo y del tocar en nuestras sociedades. Cuerpos inmateriales que no se deben tocar. Fantasma: imágenes publicitarias de púberes semidesnudas por todas partes pero una cachetada se considera igual a maltrato; tomar un niño sobre las rodillas, igual riesgo de ser acusado de pedofilia. Tocar es peligroso, el otro es una amenaza.
Palabra y relación con el otro culturalmente fragilizada, los cuerpos no se sostienen más en su relación con el otro. A la vez desmaterialización de las relaciones (virtualidad) y materialización de los signos, señalización: zonas de circulación, señalización en el piso, números para organizar el orden de atención de los clientes en un negocio. Como si fuera necesaria una regla para tener en cuenta la existencia del otro.
Violencia ahí donde eso no se escribe, ahí donde se permanece del lado del signo. Violencia cuando las prácticas sociales desertan lo social.
Presencia de ausencias cf. el teléfono: los ausentes están más presentes que los presentes.
En ese contexto donde no se habla más sino que se comunica, donde la cuestión de cuerpo en presencia se transforma, donde tocar está cuestionado la violencia deja al cuerpo eventualmente en estado bruto.
“¡Me buscás!”
Tomemos el guante, vamos al contacto. ¡Busquemos establecerlo y entremos en la proximidad del combate y del riesgo!
Nos demoremos entonces en estas zonas “in”; nos instalemos un poco en ese negativo. Instalarse, demorarse ahí, me parece cada vez más una necesidad. Ahí donde todo está hecho para ocultar lo que pudo pasar y donde las prácticas psicosociales exigen que eso se diga y “se repare” rápido. Instalarse y permanecer con el otro hasta tanto él pueda soportar una presencia y aceptar recoger en sí fragmentos de ese negativo. Estar juntos, estar con, en cuerpo. No abandonar al otro y por lo mismo repetir esta violencia del silencio que frecuentemente ha acompañado los golpes y los abusos dejando al niño en una incomprensión radical, inseguro de lo que le pasó, de lo que sintió, al borde de la locura a veces.
Instalarse, soportar quedarse ahí, en cuerpo, es una manera de autentificar lo que pudo pasar. Ser testigo de una cierta manera, incluso si no se estaba ahí, antes que ser alguien que eventualmente pasa. Testigo de lo que no puede ser dicho, pero de lo que al mismo tiempo no puede ser callado. Y que pasa por el cuerpo. Testigo de lo que muestra una memoria clavada al cuerpo, pero que no es simbolizable porque no ha advenido como recuerdo, no se ha inscripto en una historia. Una manera quizás de permitir una primera inscripción, de fabricar un cuerpo sobre el cual podrá tomar apoyo y luego anudarse una palabra.
Convocar demasiado rápido por el lado de la palabra nos enfrenta, lo más frecuentemente, con un imposible. De entrada a la pregunta qué pasó:
1) nos encontramos frente a un muro. No necesariamente por oposición o por rechazo a hablar, sino porque no hay palabras para decirlo ni tampoco recuerdo o representaciones; es la ausencia de lazos que puedan relacionarse con algo significativo, no hay asociaciones, y si hay enunciaciones de hechos, no hay o hay pocos afectos expresados; pero sí signos corporales: el cuerpo que palidece o tiembla… como si las palabras estuviesen cortadas del cuerpo. Christine Loisel:
“Cuando los niños han sido confrontados con una violencia muy grande no tienen la capacidad de aprehender una visión de conjunto de lo que les pasa. Se encuentran propulsados fuera de las palabras, es decir, fuera de la relación, y se encuentran tomados directamente con sus cuerpos, con sensaciones incalificables, intolerables, desprendidas fuera del sentido. Y con eso no pueden hacer nada. No queda más que la ausencia”
2) O bien, si hay respuesta: lo que se recibe es bien a menudo un “yo no sé-yo no sabe” y ellos tienen razón de decir eso. Eso pasó y ellos no comprenden nada de lo que les pasó o les pasa cuando, por ejemplo, explotan. La violencia hace obstáculo al pensamiento. Aquellos que la actúan están a menudo en una simplificación abusiva, amigo- enemigo, bueno-malo, a favor o en contra… dualismo asesino; aquellos que la sufren no llegan a ligar los diferentes elementos de lo que pasa, están también fragmentados; aquellos que miran están en el goce: disgusto/fascinación, se indignan quizás, pero no piensan.
3) Querer atraerlos demasiado rápido del lado de la palabra es una manera también de protegerse a sí mismo, de edulcorar, me parece, algo del lado de la violencia. Les propongo entonces permanecer al ras del cuerpo, porque que se nos escape lo que hay para escuchar al ras del cuerpo es tomar el riesgo de dejar al otro totalmente varado. La violencia tiene algo muy físico. La violencia es el humano en su costado más arcaico, más profundo y más imprevisible. La violencia física, verbal u otra, sufrida o ejercida se experimenta, se la siente, afecta, se la sufre, casi palpable e incluso, y sobre todo, cuando uno se contiene. Cuerpos afectados sin imagen, sin representaciones, sin afecto a veces. Cuerpos estragados, desbordados, enloquecidos… “en estas zonas de catástrofe, el cuerpo es el lugar por donde pasa la huella impedida de lo que erra en espera de inscribirse.”
La violencia, eso explota, desencadena, fragmenta, descompone, dispersa, hace volar en pedazos. Las expresiones empleadas “te voy a reventar”, “me importa un huevo”, “andá a hacerte coger”, “te rompo el orto”, son ejemplos de la violencia destructiva que alcanza al cuerpo propio y a toda relación socializada.
A veces, sin embargo, eso se aglutina y se calma, da por un instante una imagen de cuerpo unificado.
Las reflexiones que siguen se originan en una cohabitación y un cuestionamiento muy viejo con y sobre la violencia. A partir también de mi encuentro con esa práctica bizarra, no muy católica u ortodoxa, poco apreciada por numerosos colegas psi, que es el psicobox. Encuentro hecho hace más o menos veinte años y luego regularmente practicado tanto por mi propia cuenta, como luego por cuenta de otros.
Lo que me ha permitido y enseñado el psicobox es a hacer un poco de otro modo con la violencia que violenta ante todo al individuo que la aloja, por las buenas o por las malas, quien es poseído o atravesado por ella, y escuchar un poco más o al menos de otro modo, lo que se juega para aquellos que vienen a verme para intentar desprenderse un poco de eso. Lo que me ha enseñado el psicobox no es solamente la práctica en sí misma, sino lo que ella puso en movimiento en mí, y la importancia de una escucha “en cuerpo”. Escucha en cuerpo, escucha del cuerpo y una manera de estar ahí en “una cierta consistencia, un cierto espesor”, indicando una presencia al otro que estaría disponible para recibir esos fragmentos de cuerpo, de afectos que yerran sin poder encontrar dónde ubicarse, dónde recalar, ¿Dónde anclarse o entintarse?[10]
Del box a la danza, luego a la pintura… ¿Cómo dar cuerpo a las palabras, corporizarlas y familiarizar al cuerpo con las palabras ahí donde todo está desligado?
El psicobox es una práctica que apunta a la acogida de sujetos trabados, desbordados, atropellados, reventados por los efectos de violencia. Una delicadeza con la violencia. La violencia debe ser recibida de manera amigable me parece, en una cierta materialidad si se quiere, para tener chances de ser transformada o, al menos, de que ella pueda abandonar un poco su presión. Acoger la violencia es reconocerla, es darle derecho de ciudadanía, es no juzgarla ni bien ni mal, y sobre todo no querer hacerla desaparecer demasiado rápido, es intentar escuchar de qué habla, o qué es lo que ha sido maltratado, violentado en aquel que la actúa para que reaccione así. Y quizás transformar algo que estaría del lado del pasaje al acto, en acting en transferencia. Entonces hacerla pasar -ahí todavía- quizás por pequeños toques en la palabra, ella puede estar “fuera del sujeto” y pasa entonces intacta por el cuerpo, pero jamás fuera de lugar. Ella viene siempre con “poings nommés”[11]. Las sesiones de psicobox comienzan (sobre todo con jóvenes) muy frecuentemente con un “no tengo razones para pegarte – cuando pego siempre hay una razón”.
Acoger la violencia del otro es -otra condición previa- no tener miedo de eso, no estar inquietado por eso, es dejar entender que se soporta que el otro pueda dejar un poco de eso ahí, y que a eso se le hace frente, que es posible reponerse de un desborde, que no se va a morir por eso. El pánico es a veces tal para el confrontado con la violencia (la suya o la de otro, presente o pasada) que si al frente el interviniente también tiene pánico o se siente aplastado, está jodido, pues aquello de lo que nos hablan muchas personas es que para ellos se trata de vida o muerte, de relación dual, matar primero para no ser matado, pero no del lado solo del fantasma, para ellos eso se juega casi en esos términos en la realidad. Son sobrevivientes, están alerta, los sentidos despiertos, siempre sobre el quién vive, al acecho de todo peligro posible, bajar la guardia es peligroso. Conviene entrar en la proximidad del combate y del riesgo, aceptar una privación compartida.
Para Françoise Davoine “la proximidad corresponde de entrada a la constitución de un espacio de seguridad cerca del frente, donde es posible restaurarse física y psíquicamente teniendo la experiencia de una palabra posible en la proximidad de lo real”…“se trata de encontrarse sobre el mismo frente, y no de un lado o de otro de una línea de demarcación, de discriminación”.
“El sujeto se encuentra con unos pedazos dispersos, imágenes, flashes, fragmentos motores o sensoriales descosidos. Ninguna de esas percepciones pueden inscribirse en una relación, y por tanto, en el tiempo. Cualquiera que sea la información objetiva dada además, por otra parte, sobre los sucesos del pasado. Vivido como cuerpo estallado, fragmentado y apertura entre los afectos, fragmentos de lo sentido, inaccesible a cualquier lazo que sea, que obliguen a crear nuevos espacios en los confines del horror, al borde de la nada, a fin de volver a poner el tiempo en marcha”.
“Lo que es inaudible no es necesariamente el acontecimiento traumático en sí mismo, a veces presente, intacto e incluso declarado, sino lo que permitiría volver a ligarlo a la vida e inscribirlo en una historia.”
Tenemos que vérnosla con un corte radical, con un defecto de malla. No debido solamente a la cuestión de lo real en tanto que no hay universo del discurso ni significante primero, sino con el hecho de que una parte enclavada, enquistada; ni alterada por el tiempo ni trabajada por el lenguaje, no transformada por la represión, inaccesible al olvido, está ahí en errancia. Ahí donde el lenguaje no es más un instrumento operante, en esos tiempos y zonas alejadas de las consideraciones del discurso de Roma[12] . Se trata de “dar forma, soplo y cuerpo a lo que no genera más que desvinculación y glaciación”. Acoger la violencia, darle hospitalidad, es ya indicar a aquél que viene a nosotros, que lo que se manifiesta, se dice o se da a ver ahí en esas actuaciones, tiene nuestro respeto.
El psicobox: una quimera entre boxeo y psicoanálisis.
El boxeo lleva en sí un fragmento de violencia originaria que no ha sido ni separado ni transformado. El boxeo (inglés) es una invitación a sostenerse de pie frente a otro en una relación de oposición, de conflictualidad. Pero en psicobox de entrada el encuadre es transformado: no hay ring, no hay match o partido donde el más fuerte ganaría. No estamos ahí para desahogarnos, para descargar la mochila, y sobre todo no estamos ahí para aprender a contenernos. Contener, gestionar las emociones, las pulsiones: el psicobox debe sostenerse o mantenerse alejado de esos mandatos sociales y morales, incluso si algunos de esos efectos pueden ir en ese sentido, pero por añadidura.
Psicoanálisis en extensión: un objetivo: llevar la violencia del lado de la palabra. Que el actuar se transforme en acting in transfert. Por el dispositivo despejar una apertura a los afectos, a las representaciones, a la palabra, e intentar religar estos diferentes elementos para salir de la explosión, de la fragmentación. Hacer pasar la violencia de un exceso de excitación a descargar, a una palabra a escuchar, pasar del signo (lo que es mostrado) al significante. El psicobox es una operación de transcripción: hacer pasar de fuera del lenguaje al lenguaje, por lo tanto, es un asunto de escritura. El psicoanalista está comprometido en cuerpo, y por el compromiso del cuerpo en movimiento en la sesión, sus modalidades de intervención son diferentes que habitualmente.
-Dispositivo: modo de presencia que se apoya sobre el cuerpo: distancia, miradas, gestos antes que una palabra surja. Trabajo espacial que interroga la distancia con el otro, los desplazamientos, poder decir basta. Partir/volver…Objetivo: a partir de una violencia vivida, sufrida o actuada, puesta en juego del cuerpo en un combate “encuadrados” por tiempos de palabras en un encuadre transferencial cuyo fin, a través de la escucha y la lectura de los movimientos del cuerpo, es una tentativa de anudar o reanudar afectos, representaciones, movimientos del cuerpo, palabras, ahí donde todo está desligado (nudo borromeo).
-Tres personas mínimo
-El “psicoboxeante” que viene a poner en cuestion una de sus dificultades;
-El “psicoboxeador” elegido por el “psicoboxeante” para ponerse los guantes y combatir; el “boxeará” no contra si no para el otro a la escucha de lo que emerge en el combate;
-El segundo “psicoboxeador” que va a cuidar del “psicoboxeante”: velar por él y por el encuadre; observador y testigo a la vez. El tiene una mirada exterior; espejo, reenvía una imagen. La función esencial de una imagen según Lacan, es una funcion de in-formación, en el sentido literal, es decir en el sentido de “dar forma a algo”, la imagen es una forma que in-forma al sujeto… importancia de nombrar lo que se percibe del otro; efecto de transformación sobre la imagen del cuerpo.
-Un minuto treinta.
-Golpe atenuado (es diferente de la liberación, la evacuación catártica, la canalización).
De entrada convocamos otra escena, no es más en la renuncia del acto que puede abrirse un tiempo de elaboración, un espacio de pensamiento, más elecciones en cuanto a las decisiones que puede tomar el sujeto. El golpe atenuado obliga, permite explorar zonas entre matar o ser matado, es decir permite la entrada en una cierta dialéctica (no es más todo o nada).
Casi simultaneidad de una expresión -en cuerpo- de la violencia (revivir las tensiones, las sensaciones) y de la palabra, efecto de ligazón y por tanto, escritura posible.
Escalada de afectos, de recuerdos, “pero no buscados a cualquier precio”. Nombrar, autentificar las sensaciones corporales. Se trata casi de intentar decir las percepciones que surgen en estado bruto sin soporte de objetos, aisladas, diseminadas, despertadas por una impresión.
Dejar circular esos fragmentos de cuerpo, de afectos, tomarlos en sí. Dejar al otro menos solo con lo “monstruoso” en él. Explorar la posibilidad de ser desbordado o de estar desbordado, y de volver de eso…aceptar el dominio y la pérdida de dominio, la fuerza y la debilidad, y poder pasar del uno al otro.
Para hacerlo es necesario que eso se “sostenga” enfrente.
Trabajo de nominación, cortar en lo innombrable, dar cuerpo (“fragmentar la enorme roca en pequeños cascotes”). Nombrar para poner a distancia, diferenciar: la palabra-el asesinato de la cosa. A menudo cuando eso explota, es porque eso pega; el cuerpo ensaya o intenta volver a poner la distancia, y por un grito dar a luz una palabra.
Dinámica del cuerpo en movimiento.
Las maneras de combatir son el reflejo del “estado de la vida psíquica” del momento.
Efectos de transformación de lo psíquico por los combates en este cuadro transferencial y como retorno, modificación en la manera de combatir. Otra manera de ser testigo de la articulación cuerpo/psiquismo. Descubrir sin técnica como hacer de otro modo, de crear, de pasar a otra cosa… abrir los posibles.
Para algunos el psicobox puede ser demasiado violento, e incluso demasiado directo, subrayando demasiado lo que pasó y que se intenta dejar de lado sin éxito. Jóvenes en carne viva, incluso despellejados, que no quieren sobre todo que uno se aproxime a esta zona de catástrofe. Esta imagen de “despellejado vivo” me vino mientras yo recibía un niño de once años dentro del cuadro del psicobox, o más bien cuando yo intentaba proponerle otra modalidad de encuentro, pues el psicobox era para él demasiado frontal, demasiado directo, violento. Él me imponía un desplazamiento, una renuncia para intentar reencontrarlo de otro modo. Todo movimiento, toda palabra, todo habla, era demasiado si él percibía que había un riesgo de aproximarse a esta área de catástrofe. Y se me presentó la imagen de un quemado grave o de un herido grave … ¿Cómo se les acerca uno, se les toca, para cuidarlos, injertarles una nueva piel, evitar la gangrena?
Cómo pensar, vendar la quemadura que viene del real.
En un libro “La escritura o la vida”[13], Jorge Semprún, sobreviviente de Buchenwald, escribe:
“Gracias a Lorena yo había vuelto a la vida, es decir, al olvido: la vida era a ese precio. Olvido deliberado, sistemático de la experiencia del campo. Olvido de la escritura también. No era cuestión, en efecto, de escribir lo que sea, cualquier otra cosa. Hubiera sido irrisorio, quizás incluso innoble, escribir cualquier cosa contorneando esa experiencia. Me era necesario elegir entre la escritura y la vida, y yo había elegido esta. Había elegido una larga cura de afasia, de amnesia deliberada para sobrevivir”.
Y cuando el olvido no es posible, hay que volver a velar antes que develar. Dice C. Loisel:
“En el área de las catástrofes, la constitución de un relato no parece tener como objetivo reencontrar la memoria de los hechos, como poder olvidar el trauma, o más bien que el se deje olvidar un poco…” “… va a ser necesario intentar volver a velar. O más exactamente, tendremos que tejer un velo…”.
No aproximarse -demasiado, demasiado rápido- a la zona de catástrofe, respetar las vías singulares de cada uno para sobrevivir, pero no abandonarlos esperando la demanda!. Estar ahí, en cuerpo, testigo en una presencia sostenida, desnuda de saber. Pero estar ahí.
Entonces inventar otras propuestas, tender otros hilos, fabricar retazos de relación, que dejan huellas sin embargo…
[1] Christine Loisel-Buet, La danse à l’écoute d’une langue naufragée. Éditions érès Arcanes, 2004.
[2] François Perrier: Fondements théoriques d’une psychothérapie de la schizophrénie, La Chaussée d’Antin, Albin Michel 1994, p. 250-251
[3] A partir de esta pregunta en 2012 comenzó un diálogo en intercambios de trabajos todavía actuales con colegas de Córdoba, Argentina.
[4] Davoine, Francois y Gaudilliere, J. M .:Historia y Trauma. La locura de las guerras. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2011.
[5] Freud, S. Manuscrito K, Las neurosis de defensa, en Los orígenes del psicoanálisis, Obras Completas, Tomo III, Biblioteca Nueva, Madrid 1981, p.3533
[6] Berger, Maurice: Voulons-nous des enfants barbares? Prévenir et traiter la violence extrême, Paris, Dunod, 2008, p.75
[7] Fassin, Didier et Rechtman, Richard: L’Empire du traumatisme. Enquête sur la condition de victime, Paris, Flammarion, 2007
[8] De la Robertie, Louis,” El cuerpo, Textos de Jacques Lacan”, Littoral N° 27/28, Eres, Paris, 1989
[9] Lacan, J., Psicoanálisis, Radiofonía y Televisión, Ed. Anagrama, Barcelona, 1977
[10] Juego de palabras basado en la homofonía en francés entre S’ancrer (anclarse) o s’encrer (entintarse). (N. de la T).
[11] « A poings nommés », es el título del libro de Richard Hellbrunn sobre el psicobox. La expresión à point nommé significa “en el momento indicado, conveniente, en el buen momento, exactamente el lugar indicado”. En el título, el término poings indica los golpes recibidos/dados por los jóvenes con quienes se boxea y el encuadre de trabajo es intentar permitir que algo pase a las palabras, intentar escuchar sobre qué esos puños (poings) esos golpes, insultos…hablan .
[12] Lacan, Jacques: Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis, en Escritos I, siglo veintiuno editores, Bs As, 1985
[13] Semprún, Jorge: La escritura o la vida, Tusquets Editores, España,