Este seminario se origina:
- En un cuestionamiento de largo aliento relativo a la violencia, a las violencias individuales e institucionales. Para eliminar el enigma que representa la violencia no basta con saber “que la violencia se encuentra en el seno de la vida, que no hay vida sin violencia… O, que sus orígenes se pueden rastrear en experiencias primitivas de relación con el entorno y en aquellas que el sujeto mantiene con su vida pulsional” (F. Marty), no basta saber que la violencia acompaña a la humanidad y lo seguirá haciendo, salvo si se erradica lo humano.
¿Cómo pensar las masacres?[1]. ¿Cómo puede un niño comprender la violencia de sus padres? ¿Cómo entender, o más bien recibir, la violencia de los niños o de los adolescentes de quienes vamos a hablar? Algo escapa a nuestro entendimiento. La violencia tiene que ver con lo real, lo impensable, pero también con lo indecible. Las palabras escapan, al menos parcialmente, para explicarlo, y dejan al sujeto en un (lugar) imposible de simbolizar, de transmitir, de olvidar.
- En encuentros con jóvenes o no tan jóvenes tomados por la violencia individual sufrida o actuada, desde la práctica del psicobox, es decir desde una escucha del cuerpo en movimiento, implicado en un combate.
- En encuentros y en un trabajo regular con equipos educativos de diferentes hogares.
- Finalmente, en el encuentro con Roland Léthier hace algunos años. Desde entonces, «charlamos» regularmente a propósito de lo que hoy nos convoca. Charlamos y patinamos en zonas turbias y pantanosas, inestables, hacia las cuales nos conducen estos jóvenes – que llamaremos en este caso “inocentes” – jóvenes en situación de una gran ruptura: jóvenes sin bordes, ni marcos, ni instituciones, ni nosografías… Jóvenes llamados a menudo “violentos”, que ponen en jaque nuestras instituciones, nuestra idea de educación, nuestras referencias teóricas habituales y nos desplazan de todo saber, de toda pretensión de manejar cualquier problema. Jóvenes hacia los cuales tenemos que acercarnos si queremos encontrarlos, antes de traerlos de regreso ¿(pero, es realmente necesario) o no? hacia aguas más calmas o quizá incluso, sobre tierra firme.
Les proponemos entonces deambular y embarrarse con nosotros.
“Patauger (patinar) [2]:
1) patinar en un terreno empapado, caminar con dificultad: empantanarse;
2) enredarse en algo, hundirse.
3) estar enredado hasta el punto de patinar, de no poder seguir adelante.”
“No llegar a liberarse de una situación difícil”[3]
Me parece que frente a los interrogantes que estos jóvenes “inocentes” suponen para todas las instituciones, jóvenes que son también ladrones, mentirosos, a veces violentos, tóxicos precoces, lo que importa es poder patinar, enredarse y aceptar no saber para poder ver ”lo”/ saber “lo”[4]. Como escribe Patrick Baudry[5] conviene más bien “dudar de la literatura sobre “la”violencia y constituir un punto de vista capaz de conectar varios fenómenos aparentemente disociados.” “Hablar de violencia sin tomarse un momento para preguntarse sobre el sentido de las palabras que usamos, sin considerar la construcción que se hace siempre desde un punto de vista desde el cual son “esos actos” que encasillamos “naturalmente” en la categoría de violencia, como si se tratara de un registro particular, es decir, sin preguntarse qué es lo que legitima la producción o manejo de esta categoría, es contribuir a reproducir el discurso del miedo.”[6]
No saber. Soportar no tener puntos de referencias simbolizantes. Soportar que algunos conceptos psicoanalíticos, si bien constituyen pilares de nuestras concepciones del funcionamiento psíquico, hoy están en crisis y deben ser revisitados, desempolvados e incluso abandonados porque ya no nos permiten abordar las cuestiones que el presente nos plantea (nuevas subjetividades, nuevos modos de subjetivación). Soportar no saber “concretamente” actuar con ellos y soportar que haga falta intentar, inventar, improvisar… pero entre varios.
No buscar patologizar inmediatamente tampoco, e incluso, no patologizar para nada en este caso. Patologizar es volver a las explicaciones causales, a la historia infantil y a los conceptos tradicionales (Edipo, fusión con la madre, no tolerar la frustración…). Por supuesto que hay una historia familiar, muchos de esos niños fueron fuertemente maltratados. Sin embargo, este enfoque es muy simplista y deja de lado lo que se dice y lo que se hace con ello. Patologizar los comportamientos exonera a lo social de su parte de responsabilidad. Finalmente, patologizar es necesariamente volver a la norma, a lo normal y a lo patológico, a lo moral… Y lo patológico debe ser curado, tratado, suprimido, al precio muchas veces de ser silenciado. “(…) las lógicas del poder también están en funcionamiento en todas las prácticas asistenciales que pretenden lidiar con la violencia en tanto una patología de la agresividad. (…) Las peores prácticas comportamentales se venden por su eficacia, a partir de un modo de razonamiento que seduce a más de un gestor de lo humano.”[7]
En una entrevista, transcrita e intitulada “Temblor bajo la casa de Freud”[8], Jean Allouch dice: “Occidente sufre hoy una ola de moralización de la cual no estoy seguro que exista ningún precedente, en cuanto a su imposición, en cuanto a su pesadez, (leer Ovidio o Marcial, ver cuál era la libertad de las costumbres que ellos testifican). Se sueña aquí, con lo que era Francia bajo el gobierno del mariscal Pétain. Y la actual lucha contra el terrorismo añadió un esfuerzo suplementario. Es una experiencia bien extraña ver una sociedad, la nuestra, precipitarse directamente en el muro de esta moralización a ultranza. Sin duda, Michel Foucault, queda como el mejor analista (él decía » arqueólogo »). « Biopolítico », « biopoder » son términos claves, y designan hechos nuevos, una carta nueva. Ahora bien, para mi estupefacción y la de algunos otros, ciertos psicoanalistas contribuyen a eso, alimentando con su pretendido saber psicoanalítico lo que es necesario denominar las fuerzas del orden social. Imaginémonos que los psicoanalistas en su conjunto se precipitan en esta trampa tendida al psicoanálisis, en este llamado a un “súper ego cultural” (Freud lo llamaba así, asegurando que semejante instancia existe y estoy de acuerdo con él): simplemente sería el final del psicoanálisis, fin de Freud, fin de Lacan. Finalizada (puesto que no es en ellos mismos que ellos importen), esta oportunidad ofrecida a la locura de hacerse oír y que se llamó “psicoanálisis”.
Me parece que esta observación es muy actual en lo que respecta a nuestro objeto, por cómo la cuestión de la violencia, tal como es abordada hoy en día, reintroduce el tema de la moral, del marco, de la conformidad, antes incluso de buscar escuchar lo que podría tener para decirnos. Seguro que los jóvenes que nos preocupan plantean la cuestión fundamental del socius, del vivir en conjunto y de la comunidad. Y entonces entre ellos, todavía jóvenes, “adolescentes, creciendo”, la cuestión de la educación es duramente cuestionada.[9]
¿Qué marco elegir? ¿Inventar? Para ellos, con ellos. El recordatorio del encuadre es ahora predominante en todos los discursos: establecer un encuadre, mantener el marco, hacer cumplir el marco … el cual sería seguro, ¿por definición? ¿para cualquier niño? ¿el mismo para todos? ¿Sea autista, psicótico, violento hiperactivo o peor « normal »? Pero ¿de qué marco estamos hablando? ¿Para quién? ¿Para qué/ por qué?
En una de nuestras charlas con Roland, la imagen de un educador o de un psicólogo “CULBUTO”[10] se me vino a la mente e hicimos también un” Elogio de la blandura”. Blandura[11] – aligerar las palabras – atiborrar las palabras – dar cuerpo a las palabras, corporizarlas, newtonizarlas, familiarizarlas con palabras, con mitos… materialidad de la palabra-palabralidad (moterialité). Pero la blandura tiene mala prensa hoy en día: lo blando es inasible. Preferimos los muros, el marco, tanto más rígido cuanto que los jóvenes lo maltratan. Competencia en donde los más fuertes no son quienes creemos. Lo cierto es que los equipos necesitan un marco, sobre todo porque se pierden ante estos jóvenes que están todo el tiempo “fuera de marco”. Un marco es un borde rígido que limita una superficie en la que se coloca una pintura, una obra de arte. La idea principal es la de una delimitación, una frontera que proteja y potencie.[12] Orillas, bordes. El psicoanálisis es una clínica de los bordes.
Los discursos sobre el marco conservan principalmente la rigidez, el límite (diferente de la frontera), confundiendo el marco y la regulación, la frontera y el límite que no se debe cruzar. Si el reglamento interior es común a todos, los administradores deberían poder ser individuales, elegidos caso por caso, especialmente para cada joven y que se modificaran si fuera necesario en función de las circunstancias a fin de proteger mejor al joven y darle un lugar. El marco que elijamos, por lo tanto, depende del objeto a enmarcar y del lugar donde se desarrollará. Es una operación que hay que actualizar cada vez en diferentes momentos del trayecto. Salvo que pensemos el marco como un lecho de Procusto, que es hoy en día el significado más frecuente o incluso el único significado del marco. Procusto (del griego Prokroustês, “el que se arroja”, “que se estira con violencia”) es un personaje secundario de la mitología griega. Hijo de Poseidón, es un ladrón del Ática que captura a sus víctimas y las hace acostarse en una cama: si son más grandes que la cama, corta los extremos que sobresalen; si son más pequeños, martillea las piernas hasta que se estiran. Por lo tanto, un lecho de Procusto significa: un marco restrictivo y homogeneizante, reglas que son demasiado estrictas o demasiado tiránicas, un enfoque reductivo de las cosas.
Marcar, Enmarcar, Re-enmarcar. A veces, es más difícil enmarcar a estos jóvenes sobre todo porque ellos rechazan estos marcos que les imponemos. Así que los excluimos, a menos que sean ellos los que ya nos hayan excluido… Quise fabricar otra espacialización del marco: ¿por qué no un globo lleno de harina? Una envoltura blanda, maleable, deformable. Envoltura contenedora, el marco como un contenedor, que se adapta de acuerdo con las tensiones, se deforma, se transforma hasta un cierto punto. Que bordea y que, como el culbuto, acoge los desbordamientos con flexibilidad.
Volviendo a los orígenes de este seminario y a las cuestiones que lo sustentan, lo que nos llamó la atención no fue el tema de la violencia como tal, sino las nuevas formas en que aparece y una serie de signos que la acompañan. No es seguro que haya más violencia hoy y parece que es más bien todo lo contrario, volveré sobre esto. Pero cuando se trata de los jóvenes que nos preocupan, las modalidades violentas pueden ya no ser las mismas: « ¡Ya no son violentos como antes! » “No pelean como solían hacerlo », dicen los educadores experimentados. ¡Incluso la forma de luchar cambia![13]
“Antes” (con todas las reescrituras que se asocian a la fabricación de la historia), “antes se peleaba más fuerte, había más peleas, pero cuando terminaba podíamos hablar de eso más fácilmente, teníamos a alguien al frente , podíamos sancionar…”. No parecía explotar de la misma manera. “Podíamos ver cómo aumentaban las tensiones. Hoy estamos alertas todo el tiempo, hay constantemente electricidad en el aire y no sabemos qué desencadenará un enfrentamiento, especialmente en los niños pequeños ». “Hace 20 años teníamos grupos de 20, no era fácil, pero podíamos contenerlos; ahora tenemos 6 u 8 y no podemos hacerlo. A menudo no vemos venir nada, explota una discusión por nada y se propaga como un incendio forestal”. Liquidez, para retomar un término de Z. Bauman[14], por oposición a la consistencia.
El vocabulario habitual de profesionales y jóvenes para dar cuenta de lo que está pasando es bastante sucinto: “explota”, “enloquece”, “pierde la cabeza”, “tiene una crisis”. Es repentino, aparece, como una explosión volcánica, toma a todos por sorpresa, por una palabra, la más mínima mirada… Y puede suceder en cualquier momento, sin una señal de advertencia clara, lo que debilita el espacio y expone a todos los implicados. De ahí una llamada aún más imperativa al marco, a aferrarse a algo cuando los adultos ya no entienden nada y pierden la mano. ¡Pero la sismología podría ayudarnos a detectar movimientos subterráneos y signos subyacentes, presagios de una catástrofe!
Muchos de los jóvenes que nos preocupan están permanentemente a flor de piel, como víctimas despellejadas vivas o quemadas: un afloramiento menor los hace reaccionar a la defensiva. Tendremos que volver a la cuestión del sobre y la carta, así como la de la quema de lo Real.
Finalmente otro punto (probablemente se agregarán otros), es el borrado, el zapping. “Explota”, “enloquece”, la mayoría de las veces con mucho sufrimiento; pero cuando se detiene, muy a menudo, para el joven no ha pasado nada. Y tiene razón. No es solo que no pueda decir nada al respecto, sino que en realidad no le ha pasado nada y allí, las nociones de olvido, negación o negativa a asumir sus acciones son ineficaces o en gran medida insuficientes para dar cuenta de lo que está en juego. No pasó nada porque no hay rastro, no hay registro, de ahí la gran dificultad de « volver » al evento para los educadores. Están hablando con una pared, o alguien a quien se le contaría algo que no le concierne y de lo que no es consciente. ¿Cómo permitir un anclaje[15]?
Y el joven parte, “yo parte, p-a-r-t-E”[16] dice, “me las tomo”. Esta experiencia sin referencia del yo que se va, se abre al descubrimiento de una nueva área de la clínica psicoanalítica, nos dirá Roland Léthier. Estos elementos parecen relativamente nuevos, se están generalizando y probablemente no sean ajenos al contexto social en el que se manifiestan.[17] En «Malestar en la cultura»[18], Freud escribe: « El hombre se vuelve neurótico porque no puede soportar el grado de renuncia exigido por la sociedad en nombre de su ideal cultural« . Vincula los síntomas neuróticos con el contexto social. No me parece absurdo cuestionar la violencia actual y sus nuevas manifestaciones como si tuvieran que ver con mutaciones sociales, el lugar del cuerpo en nuestras sociedades, la cuestión de la relación con «el Otre» (usamos este escrito «otre» que es un neologismo porque en esta etapa del desarrollo, no es posible distinguir «autre» y «Autre »). Me parece necesario tener en cuenta lo social en este problema para escuchar algo de eso en la clínica y por tanto no caer en una patologización abusiva de dichas conductas y en la normalización que resulta de ello. Estos jóvenes nos ofrecen nuestra cultura en bandeja. Esta violencia puede permitirnos reexaminar nuestros valores sociales, especialmente porque lo que importa tanto, si no más que los llamados comportamientos violentos, son los discursos a menudo performativos, sobre y alrededor de la violencia, que constituyen el objeto mismo de la violencia. Dependiendo de cómo hablemos de un evento, se dirá que es violento o no. Lo que se dice que es violento es violento. « ¿No es en la inquietud frente a la violencia que una sociedad reflexiona sobre sí misma, que un mundo que sabe que es su propio producto se pregunta qué le sucede?[19] El nivel de violencia o, para nosotros, más bien, el de los discursos sobre la violencia, cuestiona el estado de nuestras sociedades, es decir, nuestra convivencia.
Por lo tanto, los invito a un pequeño desvío hacia algunos elementos sociológicos. Pero también políticos en el sentido en que Bertrand Piret lo entiende (a propósito de los problemas de los migrantes y de los refugiados) « Es imposible –dice– hablar de estas cosas -cultura, comunidad, convivencia-, es decir, de la dimensión social de lo humano, sin tomar posiciones de carácter político. No sólo en términos políticos sino en el lugar donde la primera función del campo político es hacer posible y pacífica la vida social. Política cuando tenemos que lidiar con el daño subjetivo que las instituciones no dejan de causar cuando evaden su función simbólica o peor aún, cuando la pervierten« . Hacer de la violencia una pregunta y no un problema a resolver -o incluso a erradicar- es en sí mismo un acto político, cuando todos se apresuran a dar respuestas contra la violencia, en lugar de escuchar las preguntas que podría estarnos haciendo. Una vez más, con Patrick Baudry consideramos que « la violencia es inherente a las sociedades« , que « es una dimensión constitutiva de las relaciones humanas » y que « toda cultura tiene la tarea esencial de desarrollar una relación con la violencia » en lugar de negarla. « La pacificación por la cual se quiere evitar la violencia o su consideración en la construcción de las relaciones sociales, bien puede ser la sobre violencia (S.Tomkiewicz): es decir, la violencia que no sólo no se afirma como tal sino que está adornada con la autoridad de la ley o la norma« . « Los enfoques meramente reactivos que generosamente nos ofrecen grandes ahorros de pensamiento, generalmente solo lo extienden por otros medios« .[20]
Volviendo a « Malestar en la cultura », Freud pregunta: « ¿Por qué es tan difícil para los hombres llegar a ser felices?” Para Freud, el sufrimiento humano proviene de tres fuentes:
1) el poder abrumador de la naturaleza que debe ser domesticado y domado;
2) la descomposición de nuestro propio cuerpo expuesto a la enfermedad, el envejecimiento y la muerte;
y 3) la insuficiencia de las medidas para regular las relaciones de los hombres entre sí, ya sea en el seno de la familia o en la sociedad. La vida en común sólo es posible cuando una pluralidad logra formar una agrupación más poderosa que cada uno de sus miembros, y mantener una fuerte cohesión más allá de cada individuo tomado en particular. Cuando el poder colectivo sustituye la fuerza individual, la civilización está dando un paso decisivo… El siguiente requisito cultural es el de justicia, la seguridad de que el orden jurídico ahora establecido nunca será violado en beneficio de un individuo. “Una buena cantidad de luchas dentro de la humanidad están comprometidas y concentradas en torno a una sola tarea: encontrar un equilibrio apropiado, por lo tanto, es probable que asegure la felicidad de todos entre estas demandas del individuo y las demandas culturales de la comunidad« .
En su respuesta a Einstein de septiembre de 1932 a la pregunta « ¿Por qué la guerra?” Freud trata de indicar cómo se puede pensar el problema de las guerras desde un punto de vista psicológico. « ¿Me atrevería a reemplazar la palabra poder por la más cruda y dura de violencia? « . “Hoy, la ley y la violencia son a nuestros ojos contradictorias. Es fácil demostrar que una se desarrolló a partir de la otra… un camino que ha llevado de la violencia a la ley. La ley es la fuerza de una comunidad. Es siempre una violencia dispuesta a volverse contra cualquier individuo que se oponga a ella, opera por los mismos medios, persigue los mismos objetivos. La única diferencia real es que ya no es la violencia de un individuo lo que se impone, sino la de una comunidad». « Todavía tiene que haber una comunidad estable y sostenible… Pero un estado de equilibrio es concebible sólo en teoría: las desigualdades, la injusticia lo socavan« . Y la violencia resurge entonces, cuando ya no se sostiene. « Es necesario garantizar la cohesión de una comunidad, a través de la violencia estatal y los lazos emocionales entre los miembros« . ¿Qué pasa con estos puntos planteados por Freud en la era de la globalización? ¿Qué pasa con la relación entre la ley, el poder y la violencia hoy en día cuando la violencia estatal, la violencia de las políticas económicas, las políticas migratorias están aumentando? La violencia legal ciertamente, pero rutinaria, normalizada y por lo tanto negada, pasada por alto en silencio a pesar de su terrible poder destructivo y sus efectos devastadores sobre la subjetividad de los individuos (vidas suspendidas, vigilancia social, etc.). Violencia que no sólo no se afirma como tal, sino que sigue adornada de autoridad de la ley o de norma y de estadísticas.
« Al río que todo lo arranca lo llaman violento, pero nadie llama violento al lecho que lo oprime ». B. Brecht.
Lo que el presente impone -y la intrusión de la realidad en lo simbólico- no puede ser asumido sólo sobre la base de problemas individuales y subjetividades particulares. Precarización generalizada, mercantilización del hombre por el hombre, proletarización de los consumidores: el odio no está lejos, es transmitido por muchas de nuestras instituciones. La nueva gobernanza, la gestión gerencial de las instituciones sociales y sanitarias, los protocolos permiten ocultar los efectos y es difícil darse cuenta de en qué participa cada uno, a pesar de sí mismo eventualmente[21]. Pero el odio social no es nuevo. Hoy, sin embargo, está explotando de manera difusa. Probablemente por miedo.
En “Los Escritos Técnicos de Freud”, Lacan, en su sesión del 3 de junio de 1954, introdujo las tres pasiones fundamentales. “En la unión entre lo simbólico y lo imaginario, esa ruptura, esa arista que se llama el amor; en la unión entre lo imaginario y lo real, el odio; en la unión entre lo real y lo simbólico, la ignorancia”. Sobre el tema del odio, continúa (7 de julio de 54): “Sin la palabra, en tanto ella afirma el ser, sólo hay Verliebtheit, fascinación imaginaria, pero no amor. (…) Con el odio sucede lo mismo. Existe una dimensión imaginaria del odio pues la destrucción del otro es un polo de la estructura misma de la relación intersubjetiva. (…) En este sentido el odio, como el amor, es una carrera sin fin”. Y sigue: “(…) los sujetos no tienen que asumir la vivencia del odio en lo que éste puede tener de más ardiente. ¿Por qué? Porque ya de sobra somos una civilización del odio. ¿Acaso no está ya bien desbrozada entre nosotros la pista de la carrera de la destrucción? (…) El odio en nuestro discurso cotidiano se reviste de muchos pretextos, encuentra racionalizaciones sumamente fáciles. Tal vez sea este estado de floculación difusa del odio el que satura, en nosotros, la llamada a la destrucción del ser. Como si la objetivación del ser humano en nuestra civilización correspondiera exactamente a lo que- en la estructura del ego- es el polo del odio.”[22]
En su libro “El horror económico”[23]Viviane Forest habla de la violencia de la calma, “violencia tal, tan efectiva que pasa desapercibida. Lograr la indiferencia general hacia un sistema es una victoria mayor que cualquier adhesión parcial. Es en verdad la indiferencia la que permite la adhesión masiva a ciertos regímenes. No es tanto la situación lo que pone en peligro sino precisamente nuestra ciega aquiescencia, la resignación general a lo que se da en bloque como inevitable”. ¿Dónde grita, protesta, se rebela? ¿Dónde puede seguir gritando, protestando, rebelándose? ¿dónde podemos seguir luchando, tirándonos de los pelos, siendo infelices? ¿No están estos niños que nos mandan al carajo buscando despertarnos, o al menos que podamos escuchar sus actos intencionales o no? ¿Escuchar lo que recibimos como explosiones ruidosas como un llamado a reaccionar?
Hablar de violencia es un ejercicio complicado. Un tema general que invade nuestros periódicos, nuestras pantallas, nuestra vida cotidiana y guía nuestras políticas aún más a medida que la política y el poder están cada vez más desarticulados. ¿Hay más violencia hoy? Las opiniones están divididas. Pero, ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de violencia? Si lo miramos más de cerca, cualquier acto de descontento, protesta, toda elevación de la voz, cualquier puerta que se cierre de golpe, pueden ser considerados violentos. Lo que aparece es una inflación al mismo tiempo que un aplanamiento del discurso. Independientemente del acto, es el discurso centrado en el acto, lo que se dirá al respecto, lo que hace que el acto sea violento o no. Lo que la historia nos enseña es la variabilidad de la definición de violencia a través de los siglos, la violencia como un hecho de la cultura, cuya calificación permanece abierta según los contextos culturales, sociales, históricos, políticos y judiciales. En realidad, un hecho no es a priori violento o no. La calificación depende de las convenciones sociales vigentes; estas convenciones se negocian en la vida cotidiana o en el ámbito político; establecen las condiciones bajo las cuales la violencia se entiende como tal. Cabe señalar que más allá de estas convenciones, la violencia percibida no es la misma según los grupos de referencia. Además, la violencia es primero descifrada como tal por una víctima o un observador que interpreta un hecho (parte subjetiva de quien habla de violencia). “La violencia nunca perdona a un sujeto, lo habita.”[24]
En 1912, Louis Pergaud publicó “La guerra de los botones ». En muchos sentidos, los enfrentamientos entre Longeverne y Velrans no están muy alejados de los conflictos suburbanos de hoy que regularmente aparecen en los titulares. Y podemos recordar que, durante la adaptación del libro al cine en 1961, los contemporáneos de Lebrac y su familia fueron las chaquetas negras, cuyas descripciones sacaron a relucir una llamada violencia gratuita: asaltos, violaciones en grupo, peleas con heridos o incluso muertos… En los años 60 y 70 la Guerra de los Botones podía ser objeto de trabajo escolar sin levantar el clamor de los padres ni la inspección académica. No es seguro que esto todavía sea posible. En mayo de 2009, Bertrand Rothé publicó « Lebrac 3 meses de prisión », la guerra de los botones, versión 2009. Al final del primer capítulo, Lebrac está en prisión.[25]
Hoy seguimos hablando de violencia, etiquetando todo como violento de una manera bastante indiferenciada y por lo tanto viviendo las cosas como tales. Ya no hay formas de “derrame” de la violencia o la agresividad apoyadas socialmente. Sin válvula de seguridad, la olla se agita. A pesar de la disminución de delitos y faltas graves, (lo que aumenta son la incivilidad, los insultos o las agresiones verbales) todo el mundo reconoce el aumento de la sensación de inseguridad. Para JCL Chesnais[26], la historia de la violencia contradice el imaginario social. Estamos presenciando una disminución secular de la violencia criminal y, sin embargo, la sensación de inseguridad está creciendo. Nada es más profundo y subjetivo que este sentimiento de inseguridad, que se alimenta tanto del miedo a la agresión, a las limitaciones y exasperaciones de la vida moderna, como de un miedo al futuro o una angustia existencial difusa. En realidad, su vínculo con la violencia objetiva es muy tenue. El umbral de tolerancia a la violencia ha disminuido considerablemente. Aumento de la seguridad objetiva y, sin embargo, disminución de la seguridad subjetiva.
Esta es la famosa paradoja de Tocqueville: cuanto más disminuye un fenómeno desagradable, más insoportable se vuelve lo que queda de él. Por lo tanto, la trampa consiste en equiparar un aumento de la sensación general de inseguridad con un agravamiento de la violencia real.
La sensación de inseguridad es un concepto que puede ser manipulado a voluntad. La política se alimenta de la inseguridad porque es la inseguridad la que le da autoridad y legitimidad.
Robert Castel[27] y Zygmunt Bauman[28], retoman los mismos temas. R. Castel: « Probablemente vivimos, al menos en los países desarrollados, en algunas de las sociedades más seguras que han existido. Sin embargo, en sociedades rodeadas y atravesadas por protecciones, las preocupaciones de seguridad siguen siendo omnipresentes. ¿Cómo podemos explicar esta paradoja? La sensación de inseguridad es en gran medida la otra cara de la moneda de una sociedad de seguridad (complejidad de los riesgos, nuevos riesgos, nuevas formas de sensibilidad a los riesgos…)”. Habla de una dimensión verdaderamente infinita de la aspiración a la seguridad. La aversión al riesgo engendra una búsqueda que se asemeja en algunos aspectos a los esfuerzos por llenar el barril de las Danaides. Bauman, por su parte, describe en detalle el cambio entre los temores basados en la apertura de las sociedades, una versión negativa de la globalización, que los gobiernos no controlan en absoluto, hacia objetivos alternativos. El miedo a un enemigo fantasma es todo lo que queda para que los políticos conserven el poder. « LA » violencia es un significante que también ocupa esta función.[29]
[1] Esta pregunta será desarrollada en 2020 en el seminario: Banalidad del Mal y Aire de Tiempo
[2] Diccionario Larousse
[3] Alain Rey, diccionario de lengua francesa.
[4] N. de la T.: La autora hace aquí un juego de palabras: la expresión “pour ça voir” es homófona del verbo “savoir” (saber) en francés. Ella juega con los sentidos: para ver(lo), para saber(lo).
[5] Patrick Baudry. Violencias invisibles, ed. Du Patient 2004, pp. 15
[6] Patrick Baudry, op cit., pp. 18
[7] Richard Hellbrunn, Férir, inédito
[8] Jean Allouch, 30 de octubre de 2004, Diario El Mercurio/ Santiago de Chile
[9] Esta cuestión de lo Común, de estos jóvenes «fuera de lo común, extraordinarios » se desarrolló en la continuación del seminario titulado Point-Commun 2015-2016 y durante un simposio franco-argentino celebrado en Estrasburgo los días 4 y 5 de noviembre de 2016.
[10] N. de la T.: Un tentempié, muñeco porfiado es un muñeco con una base semiesférica que actúa de contrapeso, de modo que tras golpearlo siempre vuelve a su posición inicial.
[11] N. de la T.: “mollesse” blandura, es homófono de “mot-laisse”; “mot-leste” palabra ligera, atrevida, osada y “lester les mots” llenar, atiborrar las palabras, que comparten la raíz y por lo tanto una cierta homofonía.
[12] Cf. Larousse
[13] Del mismo modo, las modalidades de la guerra no son más las mismas. Cf. Fréderic Gros, Estados de Violencia: ensayo sobre el fin de la guerra, Gallimard 2006 y los acercamientos que tuvieron lugar entre estos dos niveles de violencia en la presentación del 9 de marzo de 2013.
[14] Zygmunt Bauman, El presente líquido: miedos sociales y obsesión securitaria, Seuil, 2007.
[15] N. de la T.: La autora juega con la homofonía de “encrage” entintado y “ancrage” anclaje.
[16] N. de la T.: En el original la autora conjuga el pronombre de primera persona con el verbo en la tercera del singular “je part” (yo parte) en lugar de “je pars” (yo parto).
[17] Este paralelismo se desarrollará en la 20ª sesión del 9 de marzo de 2013 titulada: de la estación de Malí del Norte.
[18] S. Freud: Malestar en la Cultura (1929), PUF 1971
[19] P. Baudry : op cit. pp. 25
[20] Richard Hellbrunn, Férir, inédito
[21] El seminario 2017/2018 titulado Maneras de Decir desplegará particularmente estos temas de violencia social e institucional.
[22] Jacques Lacan, Seminario Los escritos técnicos de Freud, 7 de julio de 1954
[23] Viviane Forest, El horror Económico, Seuil 1980
[24] Richard Hellbrunn, A puño nombrado, Erès 2003
[25] Bertrand Rothé, Lebrac 3 meses de prisión, Seuil 2009.
[26] JCL Chesnais, Historia de la Violencia, Robert Lafont 1981.
[27] Robert Castel: La Inseguridad social, Seuil 2003.
[28] Zygmunt Bauman, el Presente Líquido, miedos sociales y obsesión de seguridad, Seuil 2007,
[29] 10, 12 años después de nuestra sesión de seminario, las mismas observaciones siguen teniendo vigencia.
En un artículo en el diario Le Monde del 19 de junio de 2019 titulado: El concepto de violencia gratuita: una construcción política, evoca estas mismas preguntas.
El 28 de junio de 2021, Libération publicó un artículo: De «delincuentes» a « escoria », la percepción de la violencia está cambiando, no los jóvenes. Dice así:
“El movimiento global durante varias décadas fue de disminución de la violencia. Lo que cambia es nuestra percepción: como hay menos violencia, sus manifestaciones se vuelven más insoportables para nosotros…”