»Il n ‘y a pas d ‘autre entrée pour le sujet dans le réel que le fantasme ». Lacan.
“Todos aquellos que me han conocido, todos sin excepción, me creen muerto. Mi propia convicción de existir tiene en contra una unanimidad. Haga lo que haga, nada impedirá que en la mente de los hombres, haya una imagen del cadáver de Robinson. Ello basta, no para matarme, pero si para relegarme en los confines de la vida, en un lugar suspendido entre cielo e infierno, en un limbo en definitiva… Más cerca de la muerte que ningún otro hombre, y por ello mismo, más cerca de las fuentes mismas de la sexualidad”.
Michel Tournier. Viernes o los limbos del pacífico
I.
Intentando poner cuestiones en común acerca de la experiencia de trabajo en una institución, algo que compartimos fue la lectura: el seminario de Jean Oury, dictado en Sainte-Anne entre 1984 y 1985, una transcripción que él llamó ejercicios de improvisación. Aborda Lo Colectivo.
El 21 de noviembre de 1984 Oury plantea:
Crear un espacio del decir donde haya personas que vienen o que no vienen pero que pasan por ahí, y que llegue a emerger algo; donde haya personas que se “modifican” al cabo de algunos años.
Se puede generalizar esta fórmula: cuando hay casos difíciles se puede reunir lo que llamamos “constelación”, es decir a las personas que están en relación más o menos explícita con tal o cual personaje psicótico. Hablando durante una o dos horas y haciéndolos hablar entre ellos, quedamos muy sorprendidos frecuentemente al ver cambios extraordinarios del enfermo en cuestión algunas horas después.
Una observación clínica: cuando hay un paciente grave, digamos un psicótico grave, o un joven difícil, no se puede ir “de frente”. El abordaje directo se pone en cuestión. Se arma una constelación, en el mejor de los casos, entre varios. Y ello nos hace pensar en el dispositivo analítico y en la transferencia.
La inquietud sobre el trabajo entre varios nos viene dando vueltas hace tiempo. En la búsqueda de alguna especificidad allí, y en referencia al psicoanálisis, nos ha generado preguntas sobre los textos que, y sobre los supuestos en que se basan nuestras prácticas, que tienen que ver con un dispositivo analítico. No siempre las condiciones son las mismas. Es una constatación: en los establecimientos, como lo define Tosquelles, somos varios. Y no hay sesiones, muchas veces no hay pago, o la administración del tiempo es distinta, etc. Considerar una modalidad de trabajo indirecta con alguien, es darle lugar a modos diversos de estar con otros; y que ello forme parte del asunto.
Sigue Oury:
Para que las constelaciones se concreten, es necesario que las personas puedan vivir un poco, circular un poco.
La “constelación” implica un mínimo de “libertad de circulación”. Está claro que los esquizofrénicos no hacen una elección administrativa de las personas que le agradan o que no le agradan. No elige entre los diplomados. Elige a su compañero, elige a la encargada de limpieza, elige a personas que ve cada día y que tienen una cara que le agradan.
Elige a un residente que pasa, un enfermero o al cocinero si va a la cocina. La “constelación” tiene tanto más eficacia cuanto más heterogénea es. Y es “heterogénea” si las personas no se parecen.
Circular es poder pasar de una situación a otra. (pág. 19)
¿Qué ocurre si en los establecimientos no tenemos opción de elegir con quiénes trabajar? ¿o a qué paciente atender? ¿ES esto un problema, desde el punto de vista transferencial? El trabajo entre varios a veces se organiza de un modo administrativo, y entonces: ¿Es posible una constelación con ese otro que no elegí? Y que quizás en principio no tiene nada que ver conmigo: no leemos los mismos textos, tenemos diferencias políticas, nos peleamos una vez hace tanto tiempo, me cae mal, etc.
Lo arbitrario genera intensidades: los prejuicios, el enojo, la incomodidad. Una decisión posible es continuar. Puede funcionar algo o no, pero en fin… ¿Cómo transitar la incomodidad de estar con el otro?
La decisión de continuar, podría constituirse en una oportunidad de convivencia con lo ajeno. Nos apoyamos en el interés, en los interrogantes o en lo que cada uno pueda establecer con ese personaje a quien nos encomendaron. ¿Se trata de transferencia en la institución?
Tomar a cargo a personas con distintas dificultades, también implica una decisión. Según Jean Oury, esta decisión no es solo de quien toma la admisión, sino que la decisión “estaría consensuada” por un número indeterminado de “personae dramatis”. Interviene así una suerte de salto cualitativo sin excluir el ejercicio de paciencia y cierta atención que trasciende la mera alternativa entre actividad o pasividad. Se trataría de llegar a advertir sin necesidad de ver. ¿Advertir qué?
Las veces en que personalmente asumí el trabajo de admisión creí que lo que tenía que advertir era si esa persona llegaba a investir algún espacio o personas u objeto. Hablando del tema con una compañera, cuando le pregunté por qué no se admitió a una joven que usaba pañales me contestó con otra pregunta: “¿vos ves a alguno de tus compañeros cambiando pañales?” Aparentemente en aquel momento implícitamente no había consenso para cambiar pañales. En otro momento puede suceder que no haya consenso implícito para admitir a personas que puedan tener algún estallido más o menos agresivo. ¿Cómo se llega a estos consensos? ¿Por qué son consensos implícitos?
Decidimos tomar a cargo a alguien, o decidimos no tomarlo a cargo, o decidimos dejar de tomarlo a cargo –cuando buscamos otro lugar para tal o cual–, inmersos en la misma alienación social en la que somos partícipes tanto el personal como la gente que asiste a las instituciones. Una especie de pantalla, que cuando no expulsa el fenómeno de irrupción de la locura, infiltrándose todo con medidas segregativas más o menos explícitas. ¿Cuáles son las cuestiones preliminares a cualquier tratamiento institucional posible? Quizás sea necesario revisar la admisión de la locura.
Oury en “El cuerpo y sus entornos: La función escriba” propone: La libertad de circulación no necesariamente implica circular físicamente, sino aquello que circula en la cabeza. La libertad de circulación alude a una suerte de programación institucional –lo cual dio lugar a malos entendidos–, pero programación institucional del azar. A partir de lo cual todos se burlaban ¿cómo se podrá programar el azar? Si hay libertad de circulación, justamente habrá posibilidad de poner en práctica para cada uno de una manera singular, no itinerarios sino caminos.
Caminos que no son trazados de entrada y a partir de los cuales, por azar, habrá posibilidad de encuentro. Allí caemos nuevamente en una dimensión lógica del encuentro que llamamos, retomando los términos clásicos, tyche. Es decir: aquello que llega por azar y que va a tocar –como remarcan las formulaciones de Lacan–, algo de lo real. Traza definitivamente un surco en lo que llamamos real, y ello cambiará alguna cosa. Todo verdadero encuentro se produce por azar y toca lo real. Para que pueda haber encuentro es necesario que haya una suerte de ruptura en el continuum de la vida cotidiana. No estupor, sino una suerte de sorpresa a partir de la cual hay posibilidad de entrar en esta lógica de la función escriba.
II.
Alguien que busca un lugar en un centro de día, de entrada es alguien que no ha sido admitido en el sistema educativo o en los circuitos llamados normales. Frecuentemente viene de otro centro de día, o de algún centro educativo-terapéutico, o de haber pasado un tiempo sin salir de su casa, etc. Parecería que estos dispositivos alternativos a los circuitos habituales fueran contra la corriente del complejo social que segrega a estas personas, que las desaparece. Pero la reglamentación que ordena el ámbito de la discapacidad –a donde son reducidos muchos problemas mentales– opera una inclusión a partir de la exclusión, pareciera darles existencia pero a condición de segregarlos. Sin embargo, atenerse a la razón instrumental pura del reglamento, sería tan mortífero como la mera exclusión. No sólo nos vemos haciendo equilibrio en una cuerda floja, sino que también tenemos que hacer malabares para hacer admitir por el reglamento, nuestras propias herramientas. Buscar los intersticios que presenta el reglamento para evitar caer en la colaboración con la homogeneización, con el pisoteo de singularidades, etc.
Dice Oury: “¿cuál sería la función del Colectivo? Sería que pueda tener acceso a los agenciamientos de los hechos, a cierto espesor, al ambiente, con todas las variaciones poéticas que se quiera, en la dimensión pática. En un establecimiento hay grupos o, si se quiere, «montones de personas» que trabajan, que están ahí o que no están ahí. Dicho de otra manera, algo del orden de lo heteróclito… No se [pág. 170] puede decir «heterogéneo»: lo heterogéneo es lo heteróclito trabajado.(Jean Oury, Lo Colectivo.)
Fernand Oury dice que la institución, desde esta perspectiva es investida por una cualidad activa y vital que se opone a las definiciones que la describen como represiva y totalitaria. Se opone también al establecimiento de lugares de encierro o depósito. La institución sería cada uno de los dispositivos que cumplan una función des-alienante, creados para subvertir la lógica asilar. Los cuidados no están en la institución, sino, en la institucionalización. Es decir, con el proceso de creación, pero también de destrucción en el momento en que aparece el riesgo de petrificación y de hegemonía de tal o cual disposición. Entonces, la desinstitucionalización y la institucionalización no están tan distanciadas en tanto que proceso político-terapéutico, sino que sería otro dualismo del cual cabría ahorrarse el planteo.
La sencilla organización cotidiana que permite a varios jóvenes alternarse en el uso de la radio sin agarrarse a trompadas, ya es una institución: decisiones comunes, o modulaciones que determinan lo que se hace y no se hace en tal lugar, en tal momento o en tal otro. Institución es lo que instituimos juntos en función de realidades que cambian constantemente: definición de lugares y momentos para… empleo del tiempo, tareas, roles, estatutos de cada uno según posibilidades actuales. Rituales, reuniones diversas que tengan alguna eficacia, también son instituciones.
Un proceso permanente de institucionalización-desinsitucionalización pone en riesgo el reglamento, el establecimiento. Son de prever tensiones, conflictos, rupturas, resistencias.
Dice Oury que a priori, es difícil tener en cuenta lo que pasa sin caer en un activismo o en una mera expectativa (la cual no es el reverso del primero) y condenarse al destierro del “así es la cosa”, “no hay nada que hacer…” ¿Pero cómo hacer para convertir a un centro de día en un lugar más pleno, abordándolo desde la realidad de la vida cotidiana?. Este recorrido general permite despejar espacios algo más vivibles, que no sean bombardeados por la opresión, la segregación, los prejuicios.
Continúa Jean Oury en El cuerpo y sus entornos: La función escriba
Lo que he llamado “entornos” ahora se dice más comúnmente ambiente. Desde siempre, cuando hablamos de la supuesta psicoterapia institucional –que no existe, como dice Tosquelles, sino que es un movimiento que sólo puede existir de cierta manera–, tal vez uno de sus argumentos más sólidos es decir que el ambiente cuenta.
El cuerpo del que mayormente hablaba Freud no es el Körper, sino el Leib. “Leib” que frecuentemente se traduce por “el cuerpo que soy”, traducción meramente aproximativa que sería más la “carne” o la encarnación. Cuerpo que es susceptible de recibir algo de los entornos. Dicho de otra manera y disculpen que lo aborde tan brevemente, se podría situar la función escriba al nivel del “Leib”. Pero situando la función escriba al nivel del cuerpo en tanto que “Leib”, ¿podemos definirlo de una manera más precisa? Por ejemplo ¿cómo se relacionan el Otro, los entornos y el cuerpo? Podemos apoyarnos en algunas definiciones o principios. Cuando Lacan habla del Otro claramente dice: “no busquen al Otro en otro lugar que no sea el cuerpo”.
No puedo resistirme a pedirles que lean una pequeña frase de Lacan que aparece como argumento, en el contexto de su seminario sobre la lógica del fantasma, en donde decía: “El lugar del Otro no está más que en el cuerpo; no es la intersubjetividad, sino la cicatriz sobre el cuerpo tegumentario, pedúnculo enchufado a sus orificios para agarrar, artificios ancestrales y técnicos que le corroen”. En esta dimensión podríamos preguntarnos cuál es el proceso que permite que algo se inscriba al nivel del “Leib”.
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Una anécdota: al ingresar a trabajar en el centro de día, había un requisito: cada uno debía presentar un escrito al comenzar el año. En ese momento, sin ninguna otra regla: solo un escrito.
Entonces, con el entusiasmo del momento, escribí en el 2009 mi desacuerdo con el reglamento: criticaba que para la admisión era necesario el certificado de discapacidad. Trabajé mucho sobre aquel escrito, breve, pero me parecía claro.
Cito un segmento de ese escrito: “Al principio creí que lo que nos diferenciaba a estos jóvenes de los que allí trabajábamos era un certificado de (DIS) capacidad. Ahora, al contrario, me parece que el certificado nos reúne en ese sentido.”
Y más adelante escribí: “Me interesa ese énfasis en el fortalecimiento de una serie casi infinita de prestaciones de salud, educativas, de transporte, etc. a una persona con una “desventaja”. Una desventaja cuya condición para que funcione es que sea caracterizada, descrita, nombrada y reconocida públicamente. No es posible, de esta manera, hacer de cuenta como si no existiera. La mirada está allí de hecho, no basta con decir que “el diagnóstico es irrelevante”.
Estaba enojada.
Al año siguiente, en el 2010, al sentarme a escribir, releo aquel primero. Y encuentro que decía certificado de “capacidad”. Si tal certificado constituye un asunto central de la práctica, me preguntaba si era un lapsus. Lo curioso es que había trabajado mucho sobre aquel escrito, como para que se me pase un error así, sin verlo hasta un tiempo después (un año); ya presentado y formando parte del proyecto institucional. Ya funcionando.
Mi propuesta estaba centrada en cómo plantear las cosas para que el certificado de discapacidad no se constituya en obstáculo, suponiendo que un nombre tiene efectos, consecuencias; que lo nominativo no estableciera secuelas irreversibles, etc, etc.
Lo importante es que el equívoco cuenta. ¿Qué saber estaba en juego, desde mi perspectiva personal, en ese fallido? Al decir de M. Claude Thomas: “componer el reverso”. Es decir, transitar aquello de lo que digo tener una distancia.
¿De qué cuerpo se trata?
La operación fue interesante. Ambos escritos formando parte del cuerpo institucional. Cuando hablamos del Leib, pienso en el cuerpo institucional. Y en la operación, como camino que se transita. hay un continnum, un trayecto que parece tener un sentido, una dirección. Y en forma repentina, la sorpresa. Un corte.
Otro fragmento de Oury: (El cuerpo y sus entornos)
Recuerdo una reflexión de Lacan que me pareció totalmente en concordancia con esto. Fueron en las segundas jornadas de Roma en 1974 donde decía que “el cuerpo goza de lo real”. ¿Qué quiere decir gozar de lo real? Quiere decir, justamente, que ello puede inscribirse, pero bajo la forma de una lógica particular que es el lenguaje. No la lengua, no la palabra, sino el lenguaje. Es decir, aquello que permite que pueda haber lengua y palabra. Para poder inscribirse, el “goce” es esencial.
¿Qué es lo que permite que pueda haber inscripción? Dimensión que exigiría ser desarrollada a propósito por ejemplo, del autismo, las psicosis infantiles, la esquizofrenia misma y muchas otras dolencias donde haya un déficit de inscripción. Clínicamente, a menudo tenemos la impresión de que hay estereotipos, cosas que patinan, porque hay deficiencia de inscripción. Pero ¿Qué inscribe la inscripción? Inscribe algo que está allí, pero no eternamente. Algo del orden del inconsciente –que solo es una noción–, de lo que Peirce y Michel Balat llamaron lo contínuo. Podemos decir, en efecto, que ello piensa todo el tiempo incluso cuando se duerme. Pero el pensar, das Denken, y este mussement no podría comenzar a existir más que si ya hubiera un proceso de inscripción. Sin embargo esto no va a otorgar un sentido. El sentido está dado por lo que Peirce llama interpretantes que van a intervenir, justamente, para modular todo lo que es inscripto de una manera no automática, sino sin consciencia. Está claro que lo que permite la inscripción –y volveré sobre los entornos– siguiendo con esta lógica triádica particular, es una suerte de ruptura, de corte casi al azar. Es la introducción de una discontinuidad. Y esta inscripción va a intentar inscribir algo del dominio de lo continuo, del mussement, del pensar. Pero por el mismo hecho de la discontinuidad, forzosamente ello solo será parcial: siempre permanecerá algo no inscripto. Hipótesis: ¿Allí se encontrará lo que Lacan llama “no especularizable”, es decir el objeto a que juega un rol esencial en la temática lógica de estas cuestiones? Dicho de otra manera, para que pueda haber inscripción se necesita de una posibilidad de sorpresa, de corte.
Más adelante dice: ¿Cuál es el operador lógico que permite que se pueda prender al nivel del cuerpo? ¿Qué es lo posible? ¿Este operador principal no es el concepto de transferencia? ¿Pero qué quiere decir “transferencia” en una estructura institucional? A veces en ciertos grupos pareciera algo “anticuado” hablar de transferencia, así que es tanto más importante redefinirlo constantemente. ¿Qué es lo que permite la libertad de circulación, que pueda haber encuentro y que este encuentro sea justamente del orden de un corte, es decir de una posibilitación de reactivar la función escriba?
Se sabe que en estructuras colectivas –con mucho trabajo, miramiento y presencia–, para mantener algo del campo de la transferencia, sobre todo al nivel de una colectividad con predominio de psicóticos, es necesario formular modalidades de transferencia algo particulares. En este plano, la transferencia conserva su definición de base, que es una puesta en acto del deseo inconsciente. Por ello repito constantemente este axioma: “¿Qué hago acá?” y “¿Qué hacés ahí?” una suerte de reducción fenomenológica extrema que pone en juego al deseo inconsciente.
“¿Qué carajo hago acá?” reitera Oury a lo largo del seminario, con respecto a su trabajo en La Borde.
Continúa: “cuando alguna cosa pasa es decir cuando hay un acontecimiento, este acontecimiento no es indexado forzosamente por todo el mundo como acontecimiento. ¿Cuál es la razón que hace que destaquemos alguna cosa en tanto que acontecimiento? la frase que quería poner en epígrafe es : No dar nada por sentado. (pág. 73) Pero, ¿quién decide no dar nada por sentado?
A propósito de una reunión en París entre personas de distintas instituciones, lo que se daba como palabra de orden era “venir a hablar de las cagadas”, que en el fondo ya era una puesta en función de una diacrítica. Los que venían a testimoniar de sus cagadas, estaban en contacto en sus trabajos con algunos que dan por sentado. Y este clivaje debía provocar conflictos en algunos establecimientos, y en ocasiones conflictos bastante graves cuando los que dan por sentado se enteraban que los que no dan nada por sentado habían venido a hablar de esas cosas a París, y volver públicas las cagadas que para ellos iban de suyo.
Lo importante está en saber quién decide no dar nada por sentado, porque si es uno solo quien decide no dar nada por sentado, rápidamente todo el mundo va contra él.
Lo que está en cuestión es otro aspecto de esta suerte de máquina abstracta que llamo Lo Colectivo, otra función distinta de la función diacrítica que no puede funcionar más que a condición de una función de decisión. ¿Quién decide? ¿Decidir qué? Esto tiene algo que ver con una función de corte.
Insiste la pregunta sobre esa dificultad entre dar por sentado y no dar nada por sentado, sobre esa línea divisoria un poco frágil. Pensaba en el continnum de la vida cotidiana en los establecimientos: el rumor, o la tontería, el bla bla diario…¡qué complicado sustraerse de eso!
¿Cómo no dar nada por sentado? ¿Cuál sería el material para generar una diferencia?